La vida de Elsa Peretti es un viaje emocionante entre diseños, salones de la jet set, fiestas en Studio 54 y visitas a artesanos en lejanos lugares para ser la artífice de la revolución de la joyería moderna. Nacida en Florencia en 1940 su vida estaba destinada a casarse con algún hombre rico, según lamentó, “como su madre”. Hija del petrolero Nando Peretti, vivió su infancia en el seno de su familia adinerada y fue educada en colegios de élite hasta que con 21 años se marchó de casa para emprender su propio destino, aunque reconoció años después que el sello de libertad no era del todo cierto ya que ella siempre fue “una mujer de su generación”.
Pese a que con su decisión la familia dejó de mantenerla, su primer destino no fue un lugar precisamente modesto. En Suiza trabajó como monitora de esquí y profesora de idiomas mientras su madre insistía en que volviera a su Italia natal donde acabó comprometiéndose con un acaudalado editor al que plantó quince días antes de la boda y que le costó que su padre le retirara la palabra durante años. Después, trabajó en el diseño de interiores y en el estudio de un arquitecto antes de llegar a Barcelona en los años 60, seno de la gauche divine, con la sala Bocaccio como epicentro de los bohemios que no vivían precisamente sin blanca. Era una exótica modelo y el propio Dalí la retrató en Barcelona donde mantuvo además un noviazgo con el artista Xabier Corberó, que despertaría su pasión por las formas inspiradas en la naturaleza.
"Uno puede ser un artista, pero si la persona que ejecuta no tiene alma, no sale nada”
La chispeante Nueva York
En 1968 llegó a Nueva York con un ojo morado tras dejar a atrás a su amante “que no quería que me fuera” y allí encontró su universo más loco de la mano de otras modelos como Angelica Houston, haciéndose un nombre imprescindible en la moda y encarnando el símbolo de la mujer del famoso diseñador Roy Halston: elegante, libre y envuelta en misterio. Una inspiración para el modisto y motor de su creatividad como así demostró con el icónico frasco de su primer perfume de formas irregulares. Halston se fijó en una joya creada por Elsa; ella se había inspirado a su vez en un pequeño florero que encontró en un mercado de pulgas de Nueva York. El perfume facturó miles de dólares y fue un best seller durante años. Halson le dio a elegir su pago: 25.000 dólares o un abrigo de martas cibelinas que ella aceptó para tirarlo años después a la chimenea durante una discusión con el diseñador, un íntimo sin atracciones mutuas. Su talento como creadora explosionaba en el diseño y su enorme visión de nuevas formas y, en concreto, en el campo de la joyería. Comenzó diseñando abalorios para Giorgio Di San't Angelo y en 1974 arrancó la colaboración de la italiana en Tiffany&Co cuya primera colección se agotó enseguida.
Su éxito le devolvió el amor paterno demostrando a su familia que había elegido su destino y además con acierto, haciéndolo ella misma y sin la red que le habrían otorgado los convencionalismos de la burguesía italiana.
Fueron los días de las interminables fiestas disco en Studio 54, el club nocturno de los artistas y modelos, junto a Halston, su novio, el conflictivo Victor Hugo, Liza Minelli, Andy Warhol, Diane Von Furstenberg o Elisabeth Taylor. Elsa llevaba una frenética y extravagante vida social, llegaban las juergas, la cocaína y el alcohol, el éxito y la dolce vita neoyorkina. Seguía trabajando como modelo, una disciplina que no le gustaba y donde destacan las míticas fotos que Helmut Newton - con quien tuvo un breve romance- le hizo en una azotea de Manhattan vestida de conejito Playboy (en realidad, un disfraz de Elsa). También mantuvo una relación con el camionero Stefanno Magini, a quien conoció cuando le trasladó a su casa un envío de pesadas piezas para sus trabajos. Estuvieron juntos 23 años, “diez felices, el resto mejor ni hablar de ellos”, señaló Elsa años después.
Tiffanny’s, su gran amor
Pero con quien mantuvo su romance más apasionado y largo fue con Tiffany&Co, para quien trabajó durante 40 años. A la firma de joyería, Peretti procuró diseños elegantes, atemporales, sencillos y con la plata como protagonista del lujo que la casa no usaba desde hacía décadas. Para ella tampoco era una forma de esnobismo: “la plata se adaptaba más a mis ideas”.
Llegaron colgantes en forma de corazón, pulseras lacadas o con pequeños diamantes engastados y el célebre brazalete Bone, inspirado en la estructura ósea que Peretti diseñó con un platero con quien se pasó noches trabajando: “Uno puede ser un artista, pero si la persona que ejecuta no tiene alma, no sale nada”. En 1977, la revista Newsweek llegó a afirmar que los diseños de Peretti, ahora en numerosos museos, habían impulsado una suerte de revolución en el sector de la joyería nunca vista desde el mismísimo Renacimiento.
A principios de los 80, cansada de los excesos, decidió huir de Nueva York para recalar en San Martí Vell, un pequeño pueblo en Girona. Allí llevó una vida casi monástica tras comprar unas casas abandonadas por tres mil dólares y donde llevó una existencia muy diferente. Un lugar opuesto a lo que había conocido, a la sofisticación de la Gran Manzana, el lujo o las convenciones de su familia millonaria en Italia. Transformó el pueblo, puso en marcha un viñedo y la comercialización de vinos ecológicos, mientras seguía diseñando algunas de sus creaciones más míticas como el collar de escorpión.
Tras fallecer a los 80 años en 2021, toda su fortuna, incluso la heredada de su familia, pasó a manos de la Fundación de caridad Nando & Elsa Peretti con destino a proyectos a favor de la infancia, el ecologismo o la preservación de bienes culturales.