Esta es una triste historia. La de una joven gimnasta a la que su talento situó en el mayor de los enfermizos sistemas de presión por ser la esperanza olímpica de su país en plena Guerra Fría. A diferencia de otras deportistas de élite como Simone Biles, que pudo dar un paso atrás, Elena Mukhina (Moscú, 1960-Moscú, 2006) no pudo elegir cuarenta años antes. Siguió a rajatabla la rigurosidad impuesta por su entrenador porque no solo su carrera estaba en juego, también el prestigio de un país entero. 

La gimnasia artística fue su refugio tras el abandono paterno y la muerte de su madre en un posterior incendio. Fue criada por su abuela desde los cinco años y pronto demostró su talento sobre las pistas hasta que fue fichada con 12 años por el CSKA de Moscú, el club deportivo central soviético con decenas de especialidades deportivas. La seria Elena, siempre entregada, aumentó su calidad deportiva bajo el mando del entrenador Mikhail Klimenko.

DISTINTA Y CON SELLO RUSO

Era una gimnasta diferente, de movimientos imposibles y una férrea preparación, con duros horarios de entrenamiento y rutinas de máxima dificultad. Klimenko la convirtió en una gimnasta espectacular, la elegida para desbancar a la rumana Nadia Comaneci tras la exhibición de sus '10 perfectos' en Montreal ’76. Rumanía estaba dentro del bloque soviético pero la siguiente estrella de los Juegos de Moscú en la gimnasia artística debía ser rusa y poner así fin a la crisis desatada por la actuación de Comaneci en la última Olimpiada. La propia responsable deportiva de la delegación rusa, Larisa Latynina, la diosa de la gimnasia olímpica, dijo: “No tengo la culpa de que Comaneci haya nacido en Rumanía”. 

La elegida para el desquite fue Elena, la esperanza de llevar la gloria a un país que entendía las medallas como una demostración de hegemonía y fortaleza de las naciones. Triunfar en casa era más que una posibilidad después de haber superado a Comaneci con tres oros en el Mundial de Estrasburgo de 1978. Fue su golpe de efecto: existía otra gimnasta perfecta, llena de plasticidad y potencia, con un naciente estilo más atlético cuyas elegantes ejecuciones se inspiraban en el ballet. Había nacido el símbolo de la era post-Comaneci. Y era rusa.

UN ACCIDENTE EVITABLE

El plan de su entrenador, sin embargo, iba a llegar más lejos e introdujo en la rutina de Elena elementos de la gimnasia masculina como el peligroso 'salto Thomas'. Preparándose para el Mundial de EE.UU en 1979 se rompió una pierna y estuvo dos meses enyesada. Pero el calendario acechaba: debía seguir entrenando a un año de los Juegos en suelo soviético.

 La presión aumentó obligándola a someterse a una operación para que los huesos soldaran en tiempo récord volviendo a los entrenamientos mucho antes de lo recomendado y con la obligación de perder el peso ganado durante el tiempo inmovilizada. Fue una decisión fatal. Dos semanas antes de la cita olímpica, en una concentración en Minsk, mientras entrenaba el 'salto Thomas', la gimnasta no logró alcanzar la altura necesaria y se golpeó con violencia la cabeza yendo a parar con el mentón. El diagnóstico fue devastador recién cumplidos los 20 años: fractura de las vértebras cervicales y una parálisis completa del cuello para abajo. Dos años después del accidente, lamentó que su lesión podía haberse evitado tras sus avisos sobre la peligrosidad del ejercicio y los constantes dolores de su pierna. Pero Klimenko había sido inflexible: “Las gimnastas como tú no se parten el cuello”. 

A la tragedia personal se unió también el silencio por parte de la Federación rusa que escondió la grave lesión de Elena con los Juegos de Moscú en marcha e informó un año después de que la atleta había quedado tetrapléjica. Tras el secreto y la ocultación, algunos dirigentes de la Federación la acusaron además de insistir en realizar ejercicios “para los que no estaba preparada”. 

Elena aceptó su destino en silla de ruedas, asesoró a otras gimnastas y participó como comentarista en la televisión. El COI le otorgó la Orden Olímpica de plata, su segunda más importante distinción. Su abuela la cuidó hasta que falleció en 2006 con 46 años por las complicaciones derivadas de su tetraplejía. 

Una vida rota y una carrera truncada por una despiadada sed de éxitos deportivos de la URSS que acabó triturando a gimnastas como la inolvidable Elena Mukhina. En un corto espacio de tiempo pudo hacer sombra, sin embargo, a Comaneci, empujada por un ansia de éxito voraz y ajeno a ella, tal y como señaló después: “Fui estúpida. Lo único que quería era justificar la confianza que habían depositado en mí. Ser una heroína”. 

El salto prohibido

La lesión de Elena Mukhina no fue la única realizando el 'salto Thomas', hubo otras muchas graves durante los 80 para finalmente ser prohibido en la gimnasia femenina. Fue la atleta china He Xuemei la última que lo ejecutó en Barcelona ’92 (en el video, desde 0.27 sg.) y desde 2016 está prohibido en la categoría masculina. Se realizaba en suelo alcanzando la suficiente altura para realizar una rotación completa y rodar sobre la espalda, movimiento que se descartó ya que la pirueta comportaba riesgos de sufrir lesiones medulares. Su artífice fue el atleta estadounidense Kurt Thomas, fallecido en 2020, una leyenda de la gimnasia artística, el primer campeón mundial e inventor de los célebres molinos americanos sobre el potro con arcos y en suelo.