El libro “es la historia de un viaje al abismo que habla de otros muchos viajes: el viaje de la infancia a la convulsa adolescencia. El que va de la algarabía infantil al silencio más sepulcral, el de los padres que caminan detrás con su culpa y llegan tarde, el de los abuelos que fueron delante y a los que nadie escucha, el que hace alguien para salvar una vida”, explica Pedro Simón. Sin embargo, Los incomprendidos (Ed. Espasa Libros) es también la historia de ese otro viaje al que todos tenemos miedo: el que habla de nuestro pasado más oscuro y secreto. “Es una novela sobre la soledad familiar, la incomunicación entre padres e hijos, el horror de decir, pero también, y desde la primera página, sobre la esperanza”, añade.

PERSONAL

Nacimiento: Madrid, 1971

Formación: Estudio Periodismo. Actualmente trabaja en el diario El Mundo.

Distinciones: Como periodista ha ganado el Ortega y Gasset en 2015 y el Premio Periodista del Año de la APM en 2016. En 2020 fue finalista de los premios de la Fundación Gabo.

Escritor: Entre sus libros destacan dos antologías de reportajes (Siniestro total y Crónicas bárbaras) y sus novelas Peligro de derrumbe, Los ingratos, Premio Primavera de Novela 2021, y el último, Los incomprendidos, que aborda el tema de la adolescencia.

En su obra alterna el narrador, padre e hija, en los capítulos, ¿quiénes son en esta novela los más incomprendidos, los hijos actuales, los abuelos o los padres babyboomers situados en el centro del sándwich?

Creo que cuando empiezas a leerla tienes la sensación de que a lo mejor vas a leer una novela de esa edad de la incomprensión que es la adolescencia, pero a medida que pasas páginas te das cuenta de que aquí, incomprendidos somos todos. La gran pregunta del libro es quién comprende a esa persona que siempre tiene que comprender, a esa madre que cada mañana, a pesar sus problemas laborales, de pareja, etc, tiene que comprender. Siempre hay una incomprensión generacional que tiene que ver con nuestros padres, que bastante tenían con comprender el mundo como para andar perdiendo el tiempo comprendiendo a sus hijos, porque tenían otras urgencias. Nosotros estamos en otra pantalla de la Play Station que tiene más que ver con lo pequeño, con cosas que ahora generan muchas inseguridades, probablemente con una sociedad más débil en muchas cosas, más insegura, más intercalada por la mirada del otro, que siempre está ahí para juzgar y comparar. Te comparas, te comparas y te comparas. Nuestros padres no estaban en la comparación, pero estos son tiempos de comparación. 

Al novelar hablando de tres generaciones, ¿busca que su obra sea un retrato generacional, o un reflejo de los cambios en las relaciones entre diferentes niveles de la misma familia?

Soy hijo de mi época, nací en los 70 y lo que sí he querido hacer a través de las tres novelas que he escrito es un friso de nuestras cuitas, nuestras inseguridades, de nuestra mierda. Los ingratos, la novela anterior, hablaba de cuando éramos pequeños en un pueblo, porque muchos vinimos a la ciudad de un pueblo o tuvimos relación con un pueblo. Esta, mi última novela, Los incomprendidos, habla del momento actual, de nuestra relación con los hijos. Y habrá un nuevo libro que versará de una etapa posterior que concierne a los babyboomers. Tiene eso de generacional porque creo que no envejecemos porque nos aplastan los años, sino cuando nos aplasta el dolor. Me interesaba mucho en esta novela hablar de la gestión del dolor, ver cómo gestionamos el trauma. Y lo que observamos es que esta familia no quiere hablar de las heridas, de las cicatrices. Con esto sucede lo de siempre: aquello de lo que no hablamos, lo que no nombramos, acaba por colonizarlo todo. Un poco como esas enredaderas que se van metiendo en los muros de las casas y acaban alterando el hogar familiar. Esto es lo que pasa en muchas casas donde hay adolescentes: que nos comunicamos mucho, pero nos decimos muy poco. Y ese es el día a día de muchas casas donde hay adolescentes: que existe la complejidad de una edad única. 

"En cómo tratamos a los jóvenes pienso que esta sociedad va a peor”

Sus personajes hablan el mismo castellano, pero sus registros lingüísticos son diferentes según la edad. Esto sucede en nuestra sociedad, pero ¿por qué y para qué lo utiliza en su novela?

La novela tiene que interpelar; una buena novela es la que habla de ti. Algo es creíble cuando es polifónico y no es monocromo, cuando es impuro, como nosotros. En mi casa hay dos adolescentes y manejan sobre todo el monosílabo. Es una relación compleja. Un niño necesita la ternura, la comunicación y los límites. En la adolescencia se reniega un poco de estas tres cosas. Si un chaval no quiere ternura se la debes seguir dando, aunque no te la pida; si no quiere hablar, debes seguir comunicándote con él, a pesar de que no lo pida. Y por supuesto, un adolescente que está en una edad muy volcánica necesita límites. Hay una juez de menores que se llama Reyes Martell que tiene una frase maravillosa: La adolescencia es ese monstruo que se traga a tu hijo y luego te lo devuelve o no. Es verdad que casi siempre te lo devuelve, pero hay veces en las que no. 

Su obra parece un fiel reflejo de un realismo social apabullante. ¿Se sirve de protagonistas imaginarios para contarnos una realidad familiar y social? ¿O son personajes reales que novelan una situación imaginaria? 

Los incomprendidos nace de una constatación. En la sobremesa, bien sea comiendo o cenando, siempre acabamos hablando de los hijos con mis amigos. Además, sin son adolescentes acabas hablando con más complejidad, con más ganas de compartir esa mochila que llevamos a la espalda. Uno escribe siempre desde su plastilina y la mía es esa. Yo tengo dos hijos adolescentes en casa; los hijos de la novela no son los míos, pero sí que los hijos de la novela son un Frankenstein de los hijos de muchos amigos y amigas, y están ahí todos, incluso los padres que salen en la novela. Hay varios padres hablando de los problemas con sus hijos y todos están cosidos por la inseguridad, por el miedo a lo que viene y por los silencios. La culpa es un tema que está muy presente (por si le chillaste o no, por si no le diste una colleja a tiempo…). En los 70 nos criaron con la culpa. Desde los seis añitos te hacían repetir aquello de Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa. ¡Cómo si un niño de seis años tuviera culpa de algo! Hemos crecido con la culpa, y en la crianza de los hijos adolescentes, hoy en día, cuando hay tanto fuera a qué mirar, siempre pensamos que no llegamos, que lo hacemos mal o que no estamos donde tenemos que estar. Esa es la puta culpa que nos concierne, que nos interpela y que quería reflejar en Los incomprendidos como un lugar en el que estamos muchos. Entre esa incomprensión, entre esa culpa, entre esos silencios, entre esa gestión del daño, hay muchas familias donde no pueden gestionar el trauma y el daño porque está prohibido hablar. 

Su novela transita por la adolescencia como por un campo minado. ¿Son muy diferentes los adolescentes de hoy a los de otras épocas? ¿Tal vez la exposición en las redes los haga más vulnerables, más temerosos, más frágiles ante el qué dirán?

Creo que es más complejo ser adolescente hoy que en nuestra época, por la autoimagen, por la mirada del otro, porque esa persona que te jodía la vida y que a las cinco de la tarde desaparecía del instituto ahora está a las seis, a las nueve, a todas horas, jodiéndote la vida en un grupo de WhatsApp. Esto lo dice muy bien la niña, Inés: La adolescencia puede ser un infierno. Basta con el cielo de los otros. Es suficiente con que te los imagines más felices y más guapos que tú y sin el nudo que sientes dentro. Es suficiente con que te los imagines muy bien, muy felices, con muchos amigos para que lo tuyo, que no está mal, de repente lo consideres una mierda absoluta. Y es muy complicado gestionar esto. A veces, cuando se habla mal de los jóvenes, a mí me gustaría ver a mucha gente de 40 y 50 años que habla mal de ellos cómo habría sido su juventud si les hubieran dado un aparatito diabólico como el que tienen ahora en las manos. Lo digo por ser justos con los jóvenes.

Quería creer que ahora nos comunicábamos más en el entorno familiar, pero usted habla del silencio intrafamiliar como una impronta generalizada, ¿es una técnica de supervivencia o silencio defensivo? 

Nunca ha habido una época en la que nos comunicamos tanto, pero nos decimos tan poco, como la actual. Es complicado abrir esa caja hermética que tiene que ver con la adolescencia, porque hay una etapa en tu vida en la que tu referencia es el padre, la madre. Sin embargo, llega un momento en el que el referente está fuera. La adolescencia es justo esa etapa, y gestionar esa derrota es complicado. La derrota del padre y el parto del hijo se han gestionado saecula saeculorum y no ha pasado nada. Ahora la complejidad es mayor.

"La novela se escribe pensando en el lector; el periodismo se hace contra él”

El trabajo ya no garantiza dejar de ser pobre ni la educación-universidad funciona hoy como ascensor social. Usted lo refleja en su relato en las reflexiones de Inés. ¿No puede generar esto en los jóvenes actuales un reflujo de desesperanza?

Seguramente. Siempre hablo de dos termómetros de país. Para mí, uno es el de la dignidad y el otro el de la esperanza. El de la dignidad tiene que ver en cómo tratas a las personas que están jodidas, en cómo nos portamos con los ancianos, los enfermos, las personas con problemas con discapacidad. Creo que ahí, con todas las carencias y problemas, no vamos mal: tenemos unas pensiones y una sanidad gratuita, aunque está muy dañada. Hay recursos, aunque cada vez menos, pero quiero poner el énfasis en lo positivo. En el termómetro de la esperanza, que se refiere a cómo tratamos a nuestros jóvenes, y ahí pienso que vamos peor. Hay un paro juvenil desbocado, una precariedad institucionalizada, los jóvenes generalmente tienen mala prensa, cuando no son ninis son no sé qué otra cosa. Somos un país ingrato con los jóvenes y no comprendemos la situación en la que andan metidos. Se nos olvida muy pronto que nosotros también fuimos jóvenes y lo que tuvimos en la cabeza.

Usted es periodista muy destacado en reportajes sociales. ¿Dónde es más fácil reflejar la realidad familiar y los cambios sociales que están produciéndose, en el periódico o en la novela? ¿O usted enhebra un mismo hilo argumental entre ambos mundos?

Creo que hay vasos comunicantes entre el periodismo y la ficción. En la novela hay que escribir siempre pensando en el lector, y en un periódico hay que escribir contra el lector, haciéndole que piense y no dándole lo que quiere escuchar, porque si no, flaco favor le hacemos. Lo que ocurre es que los medios se han convertido en lugares donde el lector va a confrontar sus propios prejuicios, a que le digan lo que quiere escuchar, y si no, cambia de periódico. Tienes que decir que los míos son cojonudos y que los otros son muy malos. En un momento determinado, si no dices eso tienes un problema como periódico. Pienso que el periodista tiene que escribir contra el lector y el novelista pensando en el lector. A mí, tanto en una cosa como en la otra, me gusta la gente que está rota, que está jodida, la gente que es impura, porque la pureza es una palabra que me da mucho miedo, dado que creo que todos tenemos mucho más de impuros, de gente que se cae y se vuelve a levantar, de gente que la caga. Tenemos que ver más con eso que con otra cosa. A mí me parece más inspirador, más ejemplar, gente, como puede ser la familia de la novela, que tiene que gestionar un dolor, un trauma. Eso me acerca a esa gente, porque también yo, y todos, debemos hacerlo. Por eso me la humaniza mucho más que esos superhéroes de revistas que juegan al tenis o a otras cosas que a mí se me quedan muy lejos. 

¿Cree que su historia es la historia de muchas familias actuales? 

Sí, por lo que comentábamos antes de las sobremesas. Siempre acabamos hablando de la culpa, de los silencios; terminamos conversando de esa convivencia complicada. Para mí, Los incomprendidos es una novela que habla de una familia con su gestión del trauma en el día a día, de la convivencia y de las cosas no dichas, de la culpa, también de los celos y de la envidia infantil. Si te das cuenta, la envidia es una palabra prima-hermana del odio. Entre los niños se ve mucho: se quieren a rabiar y se odian a morir a los cinco minutos siguientes.

Dicen que toda obra tiene algo de autobiografía encubierta, ¿es así?

En Los ingratos, que fue la obra anterior, eso era más evidente. Y en Los incomprendidos quizá también porque tengo mi escalerita social que me invita a subir. De vez en cuando escucho comentarios de mis amigos que me dicen eso de ¿Cómo no te has mudado a un sitio mejor? Por otro lado yo también tengo dos hijos adolescentes con sus silencios e incomprensiones, con su bronca y frustración, e igualmente tengo cosas no resueltas que debería poner encima de la mesa y hablarlas, pero no lo hacemos por pereza sentimental, o por no liarla, o porque no tenemos tiempo ni ganas. Una vez me preguntó un compañero si me gustaría me mis hijos leyeran Los incomprendidos, y yo le dije que lo que me gustaría era que leyeran. Y que más que leer, que estuvieran con su padre cogiendo níscalos, que fuéramos a ver al Atleti juntos, o a dar un paseo por el parque. En lugar de que me leyeran, me encantaría que me escribieran. Eso es lo que me gustaría.