El proceso de enriquecimiento de uranio es, dentro de la industria atómica, una herramienta clave para aprovechar al máximo un material que, de forma natural, sólo es fisible en una pequeña proporción. Una vez centrifugado, aumenta su poder y, cruzado cierto umbral, serviría incluso para la fabricación de armas nucleares.

El uranio está compuesto en su forma natural por dos isótopos, de los cuales el más común es el 238U. Sin embargo, a efectos del aprovechamiento de este mineral a nivel industrial el más relevante sería el otro gran compuesto, el isótopo 235U, potencialmente fisible mediante la utilización de neutrones térmicos.

Sin embargo, este segundo isótopo tan sólo está presente en un 0,7 por ciento en el conjunto del material extraído, por lo que el proceso de enriquecimiento de uranio pasa por aumentar dicha proporción. La industria recurre básicamente a sistemas de centrifugadoras que discriminan moléculas y llevan hacia el exterior el 238U, más pesado que el 235U.

Es así como aumenta la proporción del isótopo fisible y, fruto de un mayor enriquecimiento, surgen también nuevos usos. Así, el uso común de una central atómica para producir electricidad requeriría enriquecer el uranio a un nivel que oscilaría entre el 3 y el 5 por ciento, con un margen para elevarlo hasta un máximo del 20 por ciento si se quiere producir isótopos médicos.

uranio irán EP

Pasado ese umbral, se considera ya uranio altamente enriquecido y su acumulación es más difícil de justificar en términos civiles. El acuerdo nuclear suscrito en 2015 por Irán y las principales potencias internacionales estipulaba como límite de enriquecimiento el 3,67 por ciento, para garantizar precisamente que no hubiese una ambición armamentística oculta, y un máximo de reservas de 300 kilos.   

LA LÍNEA ROJA

La salida de dicho acuerdo de Estados Unidos se tradujo en los años posteriores en sucesivos incumplimientos, algo que por parte iraní ha incluido también un aumento no sólo del arsenal de uranio acumulado sino también de su enriquecimiento, como atestigua el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA).

Según un análisis realizado a finales de enero, la República Islámica dispone de 435 kilos de uranio enriquecido al 20 por ciento y de otros 87,5 kilos de material con una pureza que ronda el 60 por ciento. Sin embargo, las alarmas han saltado por la detección de partículas en las que el isótopo 235U está presente en casi un 84 por ciento.

Los expertos sitúan la principal línea roja en términos armamentísticos en el 90 por ciento. Según el OIEA, bastan 25 kilos de un uranio enriquecido a este nivel para fabricar un arma nuclear, algo que Irán siempre ha asegurado que no figura en sus planes.

Sin embargo, la propia historia militar acredita que no es necesario llegar a este nivel de enriquecimiento, o al menos no a estas cantidades. La bomba que las Fuerzas Armadas de Estados Unidos lanzaron sobre la ciudad japonesa de Hiroshima contenía menos de 65 kilos de uranio y su pureza media rondaba el 80 por ciento.

Las autoridades iraníes, entretanto, sí han reconocido que han podido superar los umbrales considerados peligrosos, pero no de forma intencionada ni con fines bélicos. De hecho, el organismo atómico local sostiene que la aparición de partículas con niveles de enriquecimiento más elevados de lo habitual puede ser normal dentro del proceso industrial y que esto no tiene por qué condicionar el producto final.