ariúpol es la nueva Gernika”. Esto aparecía escrito en una de las pancartas durante la protesta que los ciudadanos de Cetiña, antigua capital de Montenegro, llevan organizando desde hace más de un mes, desde el primer día de la agresión rusa contra Ucrania. Ninguna frase describe mejor esta tragedia que se está produciendo en el sudeste de Ucrania, donde zonas completas de una ciudad de más de 430.000 habitantes (antes de la guerra) han sido arrasadas.
La magnitud y duración de la campaña de destrucción son tales que, sin lugar a dudas ni dilemas, representan la mismísima intención de los agresores. Este crimen tampoco puede ocultarse en una edad moderna en la que existen desde imágenes por satélite hasta testimonios directos. Ya no se menciona la mentira de que los ucranianos se bombardearon a sí mismos: ni siquiera los más fervientes partidarios de Putin lo hacen. La trágica verdad también ha silenciado a los propagandistas a sueldo, quienes, enfrentados a un grave crimen obvio e innegable, se han retirado a “posiciones de reserva”, a otros engaños y propagandas, en un intento por ocultar la colosal e innegable miseria y vergüenza de la historia de Rusia.
La edad en la que vivimos, con los omnipresentes medios de comunicación y redes sociales, es eficaz (a pesar de todas las limitaciones y obstáculos, incluyendo las fake news) a la hora de informar sobre este grave crimen de guerra, y en cuanto a él, habrá oportunidades, inevitablemente, de establecer de forma precisa y documentada si también comparte las características de los crímenes contra la humanidad y del genocidio. Por ahora, ya que no podemos detenerlo, al menos podemos informarnos de lo que está ocurriendo. Y, dado que lo sabemos, tenemos la obligación de condenarlo de forma clara e inequívoca.
La comparación con Gernika, un pueblo vasco que fue destruido hasta los cimientos el 26 de abril de 1937 por la Luftwaffe nazi (que, mientras ayudaba a los franquistas, ponía a la vez en práctica lo que haría tan solo dos años después en la II Guerra Mundial), es la expresión más lapidaria y represiva para la destrucción y la matanza, criminal y sin razón, de inocentes. Esa es una comparación real, esa es una verdadera condena de la matanza de Ucrania: Mariúpol es la nueva Gernika.
Esta comparación, con su simbolismo directo, indica claramente la verdadera naturaleza, intenciones y consecuencias de la invasión rusa de Ucrania. Asimismo, muestra que en la verdadera Montenegro civil se reconocen esos valores y verdades sobre los que se crearon los fragmentos más bellos de la historia de Montenegro, nuestra lucha por la libertad y la justicia, nuestra solidaridad con los países y las gentes cuya supervivencia se pone en juego. Esto, lamentablemente, no presupone una reacción idéntica por parte de las autoridades montenegrinas. No vamos a repetir aquí las tontas e insinceras declaraciones de los altos funcionarios del Gobierno de Montenegro, porque ni siquiera lo merecen.
El que el Gobierno saliente de Montenegro utilice todos los trucos posibles para no tomar una decisión concreta y operativa sobre la adhesión de Montenegro a las sanciones de la Unión Europea contra la Federación de Rusia no sorprende más que a los poco informados. El que Montenegro sea aún el único aliado de la OTAN que no haga una aportación específica (por modesta que sea) es la prueba más reciente, dentro de una larga serie de ejemplos malos, peores y pésimos, de que el “primer gobierno democrático” es abiertamente antieuropeo y antiatlántico.
Las declaraciones durante la última comparecencia del primer ministro técnico Krivokapic en Sofía son tan vergonzosas que citar sus “definiciones” de la guerra en Ucrania sería doloroso. “Transferencia de la vergüenza”, como se llama en la actualidad. Si no hubiera discursos y declaraciones claras y responsables del presidente Djukanovic, las comunicaciones oficiales montenegrinas referentes a la agresión rusa contra Ucrania se reducirían a flojas declaraciones sobre unirse a la comunidad euroatlántica, ¿por qué “tenemos que unirnos” a ellos?
Es por esto que el eslogan de la pancarta de Cetiña (como, a fin de cuentas, todos los mensajes enviados por activistas y ciudadanos de Montenegro, en muchas de nuestras ciudades, a Ucrania y al mundo, junto con las declaraciones y puntos de vista de los partidos y políticos cívicos) es evidencia de que Montenegro comprendió correctamente lo que estaba pasando en Ucrania.
Esa parte del espectro político de nuestro país (junto con, no debemos olvidar, la Iglesia de Serbia y sus representantes en Montenegro), que odia la independencia de Montenegro así como que seamos miembros de la Alianza, continúa en las posturas en las que estaban cuando se produjeron “nuestros Gernikas” -tanto históricamente, los que se produjeron entre 1918 y 1921 (ocupación serbia de Montenegro), como, ya en los tiempos modernos, los acontecidos en las trágicas guerras yugoslavas de los años 90-. Las divisiones políticas en Montenegro, por tanto, siguen una línea que históricamente se remonta a tragedias y crímenes, desde nacionales y cercanos hasta geográficamente distantes, pero comunes por su verdadera naturaleza y por nuestro interés por no relativizarlos ni trivializarlos y no permitir que se incluyan en una falsa narrativa sobre la necesidad de la llamada “reconciliación nacional”. No existe ninguna reconciliación con las teorías y políticas de apoyo al y apología del crimen, ni debería haberla.
Es por esto que estoy especialmente encantado, y es una bonita coincidencia, de que en estos días, como resultado de una idea conjunta nuestra de noviembre del año pasado y como regalo de mi amigo vasco Mikel Burzako, se plantará en Cetiña un joven árbol de Gernika (Gernikako Arbola), que es un mundialmente famoso símbolo de libertad.
Espero que llegue pronto el día en que nuestros amigos ucranianos nos traigan una muestra de un árbol de Mariúpol, que también tendrá un lugar en Cetiña, justo al lado del árbol de Gernika. Pediremos a nuestro amigo, el embajador Oleksandr Levchenko, diplomático ucraniano, que haga eso.
Porque Mariúpol es la nueva Gernika, y Cetiña y Montenegro aman y respetan la libertad.
(*) El autor fue actor clave en la independencia de Montenegro y primer ministro de Asuntos Exteriores de la nación, y posteriormente embajador en los Estados Unidos y la Santa Sede. Ha publicado este artículo en periódicos de Montenegro y Ucrania
La comparación con Gernika es la expresión más lapidaria y represiva para la destrucción y la matanza, criminal y sin razón