i los datos hechos públicos referentes a las movilizaciones en y en torno a Ucrania fueran ciertos, hoy no estaríamos abocados a una guerra, sino a una payasada. El comienzo de la retirada de múltiples agrupaciones de soldados rusos podría confirmar esta tesis. Digo podría, porque tratándose de sutilezas políticas, Moscú siempre suele dar sorpresas. Para empezar el armamento pesado sigue donde estaba.
Vista la operación en su conjunto, esta ha tenido por los dos lados mucho de farol burdo y bien poco de refinado juego diplomático. Rusia le echó un órdago a los EEUU que tenía poquísimas probabilidades de éxito. Todo el mundo sabe que hoy por hoy la Federación Rusa carece de recursos materiales y humanos y, sobre todo, financieros para enredarse en una larga guerra de desgaste. Putin jugó fuerte porque tenía bastante razón en sus reclamaciones y porque creía que las disensiones internas occidentales harían que la Alianza Atlántica le concediera lo pedido. O mucho de lo pedido.
No ha sido así porque no podía serlo. Esto es tan evidente que sobran más explicaciones. En cambio, sí que necesita explicaciones, muchas explicaciones, la conducta de la Casa Blanca. Porque su diplomacia ha estado encaminada -aparentemente- en burlarse del Kremlin.
Así, en los momentos más álgidos de la crisis, Putin aseguraba una vez y otra que no iba a invadir Ucrania mientras desde el Pentágono insistían que tal invasión podría producirse “mañana mismo”. Yo dudo de que los generales norteamericanos se refiriesen al tradicional “mañana” ibérico.
Y si de las palabras vamos a los hechos, la burla es aún más cruel, porque a mediados de febrero, mientras las tropas rusas próximas a Ucrania rondaban los 130.000 hombres, con abundancia de blindados y aviones, la OTAN -en la práctica, los EEUU- triplicaba sus fuerzas situadas en las inmediaciones de Ucrania y Bielorrusia : ¡un total de 18.500 hombres!
La desproporción es tal que parece una provocación. Y lo parece aún más si se tiene en cuenta que no se llevaban estos contingentes a territorios desde los que se pudiera lanzar una contraofensiva, sino a zonas fronterizas donde la superioridad rusa es tal que habrían sucumbido irremediablemente.
Un análisis rápido -como este- no puede encontrar el porqué de la conducta occidental. Evidentemente, la burla no puede ser una explicación, Pero no cuadran los números de las respectivas movilizaciones -130.000 contra 18.500- y no se le ve la lógica al empeño occidental de predecir la inminencia de una gran guerra.
A no ser que se tratase de salvarle la cara a Putin y evitar así la prolongación de la crisis. Todos estos desplantes y el alud de amenazas de sanciones económicas en caso de guerra debían debilitar a los halcones del Gobierno y del Ejército ruso. Una maniobra que garantiza por un tiempo la paz en el mundo... aunque sea a precio de garantizar por mucho tiempo la hegemonía de Putin en Rusia. Mal menor.