i la pandemia en Estados Unidos acabó con la vida de más de 700 mil personas, sus daños no se limitan a la salud pública: la crisis económica generada por la enfermedad parece difícil de contener y sus consecuencias podrían ser más duraderas que la infección que las originó.
Porque en este país de abundancia, donde los ciudadanos pueden comprar prácticamente todo lo que quieren en artículos de necesidad y a unos precios más asequibles que en muchos otros lugares, la población se enfrenta a importantes recortes en el suministro y a unas subidas de precios muy por encima de lo que la gente había previsto.
La situación es nueva en tiempos recientes y se ha ido agravando desde que el año pasado, al principio de la pandemia, desaparecieron el papel higiénico y las toallas de papel de los supermercados. Tan escasos eran un año atrás, que las tiendas empezaron a racionarlos y hasta daban preferencia para comprarlo a las personas ancianas.
Si en este terreno la situación casi se normalizó (en algunos lugares todavía se limita la cantidad que cada persona puede comprar), la escasez se ha ido extendiendo a casi todo: desde automóviles a jabón, falta de todo y, lo que hay, es muchísimo más caro que nunca.
A corto plazo, los norteamericanos se enfrentan a una escasez tan inesperada como la de los pavos que cada año se zampan en el Día de Acción de Gracias, a finales de noviembre.
Esta tradición, recibida de los indios que encontraron al llegar a América, pone en la mesa de prácticamente todo el mundo esta ave insípida, acompañada de múltiples platos de verduras, pastar y hasta frutas. A muchos no les gusta, pero lo compran para una celebración para agradecer a Dios -y a los nativos que les habían ayudado- que todavía estuvieran en el Nuevo Mundo.
Este año, van a escasear las comilonas de pavos, en parte porque la pandemia ha reducido la cantidad de personas que pueden reunirse en torno a la mesa y con ello aumenta el mercado para aves de menor tamaño, que ahora parecen tan imposibles de encontrar que muchos empiezan a resignarse y recurrir al pollo.
Antes de eso, al empezar noviembre está el famoso Halloween en que se recuerda a las brujas y parece ser que también resultará más difícil tener los disfraces habituales.
Si la escasez de pavos es anecdótica y hasta cómica en ciertos casos, los atascos en todos los suministros son un auténtico problema: en el puerto de Los Ángeles, por ejemplo, hay más de 100 navíos esperando fuera de la zona portuaria, porque dentro hay otros tantos haciendo cola para descargar... en parte, porque también falta personal dispuesto a realizar este trabajo.
Diversas autoridades, tanto en California como en otros estados costeros, tratan de mejorar la situación de los camioneros que han de esperar a veces horas, o incluso días para descargar, con un enorme perjuicio porque no cobran por las horas invertidas, sino por el peso de la mercancía descargada. El resultado es que, en un mercado laboral tan favorable, prefieren dedicarse a otras cosas.
Como es habitual en estos casos, la gente echa la culpa a sus líderes políticos y la situación se refleja en la pérdida de popularidad del presidente Biden, que ha llegado a tal extremo que algunos sectores claves del electorado preferirían tener nuevamente a Donald Trump.
Para ponerlo todo aún más difícil, la escasez se extiende también a los transportes, de forma que, a finales de noviembre será más caro que nunca comprar pasajes para visitar a la familia en el día de Acción de Gracias. Algunas compañías de aviación han reducido aún más sus vuelos, en parte por temor al contagio, en parte por falta de personal y de suministros.
En estos casos, hay quienes se lanzan a las carreteras para recorrer centenares y hasta miles de kilómetros. Este año, la congestión seguramente será aún mayor de la habitual y, además, el precio de la gasolina es el más alto que nadie recuerda desde hace cuatro décadas: las medidas de protección ambiental y las dificultades de suministro han puesto el combustible a niveles europeos... pero no han acortado las distancias, varias veces mayores que al otro lado del Atlántico.
Entre tanto, las grandes empresas como Walmart o Amazon ya no confían en sus vías habituales de suministro y se encargan de fletar sus propios barcos para traer mercancía desde la China. Si los navíos llegan a tiempo para las navidades, no tienen garantías de que podrán descargar. Es algo que incluso provoca competencia entre los estados y el gobernador de la Florida se anunció dispuesto a resolver los problemas de los navieros que hacen cola en los puertos californianos: en la Florida, anunció, tiene suficiente mano de obra como para descongestionar la costa del Pacífico. Claro que esto significaría para los barcos atravesar el Canal de Panamá.
Lo que sí está claro es que el precio será totalmente desorbitado: el costo de enviar un contenedor desde la China, por ejemplo, se ha multiplicado por cuatro y hasta por diez desde antes de la pandemia, con las subidas más fuertes para estas empresas que habitualmente no están en el negocio de transporte sino que ahora echan mano de medidas heroicas para atender a sus mercados.