l 10 de junio de 1776 el Segundo Congreso Continental decidió formar el Comité de los Cinco para redactar una declaración de independencia. Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams, Roger Sherman y Robert R. Livingston la redactaron a lo largo del mes de junio. Fue adoptada el 4 de julio, pero el Congreso ya había declarado la independencia dos días antes, el martes 2 de julio de 1776. Aquel día, el Congreso publicó en el Pennsylvania Evening Post la Resolución de Richard Henry Lee, representante de Virginia. El texto era lacónico, contundente: "Este día el Congreso Continental declara a las colonias unidas estados libres e independientes".

La revolución americana había estallado en abril de 1775, más de un año antes de que se escribiera la Declaración y el documento que contenía la voluntad del congreso no se entregó al gobierno británico hasta noviembre de ese año. En cualquier caso, el 4 de julio marca un acontecimiento histórico: La resolución de un congreso que, por determinación propia y en virtud de sus propios derechos, decidió declarar la independencia de su pueblo con respecto a una monarquía despótica que les impedía gozar de su libertad.

Jefferson, Adams y Franklin eran de la opinión de que "en el curso de los acontecimientos humanos" un pueblo debe disolver los vínculos políticos que lo someten a otro para "tomar entre las naciones de la tierra un puesto separado e igual", el cual corresponde por derecho a toda nación. Tras la exposición de motivos, los firmantes detallaron las 27 razones principales por las que declararon la independencia que, resumidas en el prefacio, no eran otras que luchar por sus derechos y en virtud de sus intereses y su voluntad contra una "historia de repetidas injurias y usurpaciones". Y, entendiendo que un gobierno tiránico había destruido los principios básicos de la convivencia y la civilización, el pueblo decidió abolir dicho orden e instituir un nuevo estado que se fundaría en los principios políticos que a su juicio ofrecían las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y la felicidad de todos sus ciudadanos: Una república.

Como señala Joe Carter, editor del Acton Institute, la copia firmada de la Declaración de Independencia es el documento oficial, pero no el original. Una vez aprobada, la Declaración se imprimió el 5 de julio y se adjuntó una copia al Boletín del Congreso Continental del 4 de julio. John Hancock fue la primera y única persona en firmar la Declaración el 4 de julio de 1776 y la firmó en presencia de un solo hombre, Charles Thomson, secretario del Congreso. De hecho, las copias impresas de la Declaración solo llevaban los nombres de Hancock y Thomson, y fueron éstas las copias que se distribuyeron a las asambleas de las colonias y a los oficiales al mando de las tropas revolucionarias. Dos semanas más tarde, el Congreso ordenó que la Declaración fuera inscrita en un pergamino bajo el título Declaración unánime de los trece estados unidos de América, la cual debía ser firmada por todos los miembros del Congreso. Según la leyenda, Hancock firmó con letras enormes porque quería asegurarse de que el "viejo y gordo Jorge" pudiera leerlo sin gafas, pero apenas dejó sitio al resto de los 55 congresistas para consignar sus nombres.

En suma, los 56 signatarios de la Declaración no la firmaron el 4 de julio, ni estaban presentes cuando la copia original fue rubricada por el presidente del congreso. No sería hasta el 2 de agosto de 1776 cuando los primeros 50 representantes estamparon sus firmas en el documento. Thomas McKean fue el último en firmar y lo hizo en enero de 1777, siete meses después de que el Congreso aprobara la declaración. Y una última nota, Livingston, uno de los cinco redactores del documento, nunca lo firmó porque a su juicio era demasiado pronto para declarar la independencia.

El documento se exhibe en la Rotonda del Museo de los Archivos Nacionales en Washington DC y es el principal ícono público del pueblo estadounidense y un lugar de visita el 4 de julio. Estos tres documentos, la Declaración de Independencia, la Constitución (que comienza con las palabras "Nosotros el pueblo...") y la Declaración de Derechos (las primeras 10 enmiendas a la constitución), conocidos colectivamente como las Cartas de la Libertad, son los documentos originales sobre los que se sustenta el corpus jurídico de la república.

He estado tres veces en la Rotonda del Museo de los Archivos Nacionales. Es un templo majestuoso dedicado a la justicia social y a los derechos fundamentales de la humanidad, entre ellos el derecho de autodeterminación. Un monumento en el que se recuerda también a aquellos sectores sociales, culturales y políticos cuyos derechos fueron olvidados o suprimidos como los nativos americanos, los esclavos afroamericanos y otras minorías sociales y culturales.

Todos los pueblos tenemos nuestros templos. En 2020 el ayuntamiento de Estella-Lizarra inauguró un centro de interpretación en lo que fue la casa de juntas de la ciudad, una de las instituciones más antiguas aún en pie de la tradición legal del derecho pirenaico. En aquella sede del Consejo de los Cuarenta se conservaron durante casi un milenio las tradiciones incluidas en el fuero escrito más antiguo de Euskal Herria, el fuero de Estella. Un documento que reconoce en la persona sus franquezas y libertades y que consolidó un sistema político asambleario, donde los representantes públicos eran elegidos por el pueblo para servir durante un año y no más en sus cargos como magistrados de la ciudad. Aquel fuero, y así consta por escrito, fue redactado y aprobado para todos los vecinos de la ciudad, tanto mayores como menores, hombres y mujeres, cristianos y judíos y, ricos y pobres por igual porque, así lo reconocían sus signatarios, si el dinero o el poder corrompen el sistema social, la persona pierde sus derechos y el pueblo su ley.

Como hicieron los firmantes de la Declaración de independencia en 1776, los signatarios de aquel monumento legal sostuvieron en pleno siglo XI, como evidentes, estas verdades: que todos los vecinos de su nueva ciudad eran libres e iguales y que para garantizar sus derechos e impedir ser víctimas de malos fueros instituían entre estos ellos su gobierno, derivado de sus poderes legítimos. Sólo así concedían a sus magistrados el derecho de dirigir los asuntos públicos durante un año. Y no se olvidaron de las minorías sociales.

Lamentablemente, el reconocimiento de nuestro pasado no es recurrente en esta tierra. Más bien estamos acostumbrados a lo contrario. Hace unos pocos días una delegación de Vox encabezada por Amaia Martínez celebró la pérdida de la independencia del reino de Navarra en Noáin, en el contexto de un acto no autorizado por el concejo de Getze protagonizado por una veintena de personas escoltadas por una patrulla de la Guardia Civil y a la sombra de una bandera que no existía en 1521.

Susan B. Anthony afirmó que la independencia es sinónimo de felicidad; es más que eso, es la expresión de la voluntad de un pueblo por vivir su futuro como tal, junto al resto de las naciones de la tierra y en igualdad. Algo muy conmemorable, porque un pueblo que no celebra su independencia y su libertad o no lucha por obtenerla, está muerto.