a pandemia ha provocado una crisis económica de enorme magnitud con miles de empresas que solo sobreviven gracias a ingentes ayudas públicas y con unos pronósticos de endeudamiento histórico en todo el mundo, algo que ha reavivado el debate sobre el futuro del capitalismo.
El desembarco masivo de respaldo por parte del sector público para mantener la economía a flote ha hecho saltar por los aires los fundamentos de un sistema que, cuando no azotan las crisis, reclama la mínima intervención del Estado y la máxima libertad para el mercado.
Todas las cifras económicas registradas este año son, sin riesgo de exageración, históricas.
En EEUU el paquete de estímulo aprobado en marzo, fue de 2,2 billones de dólares, y el Congreso y la Casa Blanca han mantenido conversaciones para un segundo rescate, sin éxito por el momento, pero que podría ganar tracción con la victoria electoral del demócrata Joe Biden.
El ambicioso programa en la primera economía del mundo incluyó las transferencias directas de efectivo a los ciudadanos, el reforzamiento de los subsidios de desempleo y un multimillonario mecanismo de apoyo a pequeñas y medianas empresas para que evitasen despidos.
Desde la Gran Depresión de 1930, no se veía una intervención estatal de semejante escala en el faro del capitalismo mundial, y el fin de la Segunda Guerra Mundial abrió la puerta a un nuevo orden económico mundial basado en la cooperación internacional y el surgimiento de los modernos sistemas de bienestar social.
Al otro lado del Atlántico, los países de la Unión Europea (UE) han movilizado más de tres billones de euros en líneas de avales y ayudas públicas para mantener a flote a las empresas y 575.000 millones de euros en medidas fiscales destinadas sobre todo a proteger el empleo y reforzar sus sistemas sanitarios.
El Banco Central Europeo ha desplegado toda su artillería para asegurar que fluya el crédito, con un nuevo programa de compra de deuda de la eurozona de 1,35 billones de euros, y los Veintisiete han acordado un billonario plan de recuperación con emisión de deuda conjunta, un paso impensable antes de la pandemia y otro de los tabúes que se han desvanecido con ella.
Quizá estemos a las puertas de esa nueva transformación que logre reinventar el capitalismo.
“Lo cierto es que el actual sistema capitalista, tal y como está diseñado, no cumple con los objetivos de ofrecer buena salud, buena educación y buenos trabajos a los ciudadanos”, subraya a Efe Josh Lipsky, del centro de estudios Atlantic Council en Washington, y exfuncionario de la Administración de Barack Obama (2009-2017).
“Tras la Segunda guerra mundial hubo enormes programas públicos tanto aquí en EEUU como en Europa -apunta Lipsky- y luego en 1980 con la llegada de Ronald Reagan (presidente de EEUU) y Margaret Thatcher (primera ministra del Reino Unido) se inauguró una era de desregulación, en la que floreció el sector privado”.
“Es posible que ahora estemos entrando en una tercera fase, en la que nos enfocamos en ver cómo ambas partes pueden trabajar de manera conjunta”, agrega.
Para el investigador del Real Instituto Elcano Federico Steinberg, “muy probablemente de esta crisis vamos a salir con Estados más grandes, con regulaciones más importantes, con empresas públicas más presentes y con impuestos más altos, pero esto será otra fase del capitalismo y de la globalización”, no el fin del mismo.
A su juicio, el virus sobre todo acelerará tendencias que venían de antes, como la contestación al libre comercio y a la globalización financiera, las tensiones sociales y políticas por una desigualdad que se agudizará con la crisis, o la reflexión sobre cómo hacer tributar a las empresas tecnológicas, que serán “de las únicas que van a ganar en esta pandemia”.
La crisis ha puesto de manifiesto que “durante mucho tiempo los gobiernos han recortado el gasto en bienes públicos, infraestructuras, servicios, y ahora se nos vuelve en contra”, con sistemas sanitarios desbordados o escuelas mal equipadas para lidiar con la pandemia, apunta Lisa Tostado, de la Fundación Heinrich Böll en Bruselas.
“La crisis nos ha hecho reconsiderar lo que valoramos como sociedad y hemos visto que confiar solo en las fuerzas del mercado no resolverá todos estos problemas, en sanidad, educación o cambio climático”, asegura Tostado.
“Espero que al menos esta crisis tenga el beneficio de que cuestionemos el papel del Gobierno en estos sectores”, añade.
Si bien los Estados tendrán que seguir interviniendo a corto plazo ante las aciagas perspectivas de recuperación, no está tan claro que la pandemia vaya a traer cambios estructurales a largo plazo en la relación entre Estado y mercado, explica Frederico Mollet, analista del Centro de Política Europea.
Por un lado, muchos de los motores para ello -cambio climático, preocupación por las cadenas de suministro, autonomía tecnológica- “preceden a la pandemia”. Por otro, esta “ha revelado hasta qué punto puede el Estado movilizar recursos” ante una crisis, pero está por ver que ello lleve a una “mayor voluntad” de usar recursos públicos para responder a otras situaciones.
“En los próximos años habrá una participación mucho más extendida del sector público en empresas privadas, pero espero que cuando la situación se normalice, en tres o cuatro años a partir de ahora, los gobiernos vendan gradualmente estos activos”, como ocurrió con los bancos rescatados en la crisis financiera, pronostica Zsolt Darvas, investigador del centro de estudios europeo Bruegel.
En Europa volverán a la normalidad las normas de ayudas de Estado, que se flexibilizaron para dar manga ancha a los países, así como el Estado del Bienestar, que se ha “ampliado temporalmente” con ayudas para proteger el empleo que no podrán mantenerse a largo plazo, sostiene Darvas.
“El capitalismo, como todos los sistemas, es propenso a los problemas -recalca- pero tanto la crisis financiera global, como la gestión de la crisis actual muestran que dentro del sistema hay instituciones capaces de actuar para abordar cualquier crisis”.
La pandemia, en todo caso, les ha obligado a saltarse el guión. El Fondo Monetario Internacional (FMI), referente de la ortodoxia económica, ha instado a los autoridades a emplear todas las herramientas disponibles para mantener a flote la economía ante la mayor crisis económica desde la Gran Depresión.
“Son tiempos excepcionales, y requieren soluciones excepcionales”, alertó su directora gerente, Kristalina Georgieva, en la asamblea anual del Fondo celebrada en octubre de manera virtual por la pandemia.
La institución conocida por sus llamamientos a la austeridad se salió del libreto al instar a las autoridades a contener la crisis con ambiciosos programas de estímulos fiscales para proteger a los trabajadores y empresas. No obstante, recalca que, si bien es necesario, este gasto extraordinario disparará los déficit fiscales y la deuda de los gobiernos.
“Gasten lo que sea necesario, pero guarden las facturas”, advierte Vítor Gaspar, director del Departamento de Asuntos Fiscales de la institución.