asta la llegada de Donald Trump a la presidencia de los EEUU, estos habían seguido en la doble inercia generada por las victorias sobre el Eje en la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, sobre la URSS. Sobre todo, el triunfo armado permitió a la Casa Blanca montar un andamiaje de alianzas que vinculaba estrechamente al mundo libre a la causa estadounidense (casi le ataba). Era un negocio redondo para todos los socios : el Pentágono podía permitirse una organización militar proporcional a su demografía y razonablemente cara; y sus aliados gozaban de una seguridad militar -la pax americana- a bajo coste.
Es decir, que si se analiza más profundamente, las dos victorias (sobre alemanes y japoneses en la guerra caliente y sobre la URSS, en la guerra fría) fueron esencialmente dos triunfos económicos. A los del Eje se les venció porque carecían de hombres y recursos económicos comparables a los de Washington y a Moscú se le llevó a la ruina -y consecuente disolución - porque no pudo hacer frente a la carrera de armamentos emprendida por el presidente Reagan.
Todo esto no es -ni fue en su día- ningún secreto. Tampoco lo es que el mundo del siglo XXI presenta una constelación de confrontaciones totalmente diferente a la del XX. No solo que ahora el mundo bipolar (EEUU frente a la URSS) de entonces es hoy en día un escenario con múltiples protagonistas -China, Rusia, la Unión Europea, Japón- y casi protagonistas (Turquía y otras naciones emergentes), sino que todos ellos hacen sus mayores envites en el ámbito económico muchísimo más que en el militar. Eso de las soluciones a tiro limpio ha quedado para los grupusculares (terroristas y megalomanías radicales, como el Estado Islámico). Los grandes protagonistas han optado por el modelo Reagan y tratan de alcanzar sus intereses a fuerza de ser económicamente hegemónicos€ o casi.
En este contexto Trump ha optado por desarrollar su política de seguridad con criterios eminentemente contables. Ha renunciado descaradamente -pero sin confesarlo- al concepto de "policía del mundo" de los años 40/50 y se limita a intervenir militarmente sólo dónde y cuándo corren peligro los intereses vitales de los EEUU. Así, por ejemplo, retirarse del Afganistán, Siria o el Norte África han sido decisiones que suscribiría cualquier contable o cualquier general consciente de los límites de su "caja de guerra".
Pero todas estas retiradas han sido fruslerías estratégicas; las batallas decisivas serán las económicas. Trump, a su manera y con su visión radical, ya ha entablado batalla con Pekín y trata de tener a raya a Moscú. Pero hasta que se demuestre lo contrario, descalabrar a la tecnológica china Huawei o paralizar el gasoducto ruso-alemán Nordstream 2 no es ni mucho menos relegar la amenaza económica ruso-china. Para esto hacen falta muchas más batallas en muchos sectores de la economía y una concepción política compartida por la oposición. Que esas batallas económicas se van a dar, es seguro; lo otro, no tanto.