erlín celebró el año pasado uno de los momentos más importantes de la historia reciente, la caída de su muro en 1989. El comunismo comenzaba su derrumbamiento en toda la Europa del Este y la URSS iniciaba su cuenta atrás. La Guerra Fría pasaba a la historia. Este 2020 Berlín también será protagonista de un aniversario histórico, pero este de cariz distinto. En abril de 1945 lo que quedaba del ejército alemán intentaba defender Berlín frente al embate del Ejército Rojo. La Alemania nazi sucumbía ante el empuje del ejército soviético en la que sería conocida como la batalla de Berlín. Sería el episodio final de la II Guerra Mundial en el frente europeo. La historia cerraba uno de sus episodios más sangrientos en el continente europeo de una manera dramática.
Como relata Antony Beevor en su libro sobre este episodio histórico, en 1943 un coronel soviético gritaba a un grupo de prisioneros alemanes apuntando a las ruinas de Stalingrado: “¡Así va a acabar Berlín!”. Stalingrado había sido el punto y final del avance victorioso de Hitler en todos los frentes durante la primera parte de la II Guerra Mundial. Tras una resistencia brutal y una lucha encarnizada casa por casa, eran los soviéticos los que lograban la victoria. La balanza de la guerra cambiaba de lado. Ahora les tocaba a los ejércitos alemanes resistir. Y como bien predijo aquel coronel soviético, el destino de Berlín sería tan trágico como el de Stalingrado.
Para finales de 1944 la situación era crítica para los ejércitos alemanes. Los soviéticos apretaban por el frente oriental hacia Berlín. Norteamericanos, británicos y canadienses había desembarcado en las playas normandas el día D y se acercaban por el frente occidental. Hitler había lanzado la ofensiva de las Ardenas para detener el avance norteamericano y así poder empujarles a encontrar una salida negociada a la situación. Pero los norteamericanos resistieron acabando con las ilusiones de Hitler de dar la vuelta a la guerra.
En aquellas navidades de 1944 en Berlín había poco que celebrar. La vida de sus ciudadanos pasaba en gran parte en los refugios antiaéreos o en las bodegas y sótanos de sus casas. Los bombardeos norteamericanos y británicos eran constantes. Tres millones de berlineses trataban de seguir adelante con sus vidas ante la perspectiva de la derrota. La gran pregunta no era cuándo llegaría la derrota, sino quién sería el conquistador de Berlín. Las preferencias de los berlineses eran claras, como expresaba un famoso dicho de la época: “Si eres optimista aprende inglés, si eres pesimista aprende ruso”.
En Nochebuena, Guderian ya había advertido a Hitler de que los soviéticos estaban acumulando fuerzas en el frente oriental. Había informaciones de que lanzarían una ofensiva en enero para liberar Polonia y entrar en territorio alemán. Guderian pedía que se enviasen tropas del frente occidental al oriental, viendo que la ofensiva de las Ardenas estaba paralizada. Debían prepararse para la ofensiva soviética que comenzaría por el Vístula. Hitler desoyó las advertencias, despreciando al Ejército Rojo e incluso desvió tropas del frente oriental a Hungría. El camino quedaba libre para las tropas soviéticas.
Stalin tenía claro que ahora llegaba el momento de resarcirse de las derrotas del pasado. En junio de 1941 Hitler lanzó la operación Barbarroja, una de las más grandes ofensivas de la historia, comenzando la invasión de la URSS. En los primeros meses los alemanes avanzaron arrasando todo lo que tenían por delante. El frente soviético fue uno de los escenarios más brutales de la guerra. Los alemanes no tuvieron piedad ni en la batalla ni en la retaguardia. Parecía una victoria aplastante. Hasta que llegó Stalingrado.
A partir de entonces, fueron los soviéticos, que ya habían logrado rehacerse militar y organizativamente de los dos años de reveses, los que tomaban la iniciativa. Ahora llegaba la hora de venganza para Stalin. Era la oportunidad de humillar al gran enemigo en su capital, Berlín. Pero también había otros intereses. Por una parte, el lograr tener en su órbita a Polonia, para evitar en el futuro una nueva invasión alemana. Por otra, la importancia de hacerse con maquinaria y tecnología alemana para llevarla a la URSS; especialmente la relacionada con la tecnología atómica, que podría ayudar a los soviéticos a lograr la bomba atómica que por entonces ya poseían los americanos.
El 12 de enero de 1945, a las cinco de la mañana, más de dos millones de soldados y casi 5.000 tanques se lanzaban sobres las posiciones del Vístula. Las fuerzas de la Wehrmacht alemana fueron incapaces de pararlos. En poco más de un mes, los soviéticos se hacían con Polonia y con Prusia Oriental, llegando a colocarse a 70 km de Berlín. El objetivo de Stalin era lograr llegar lo antes posibles, rodeando la capital, para que norteamericanos y británicos no pudiesen entrar antes. Para ello lanzaría en competición a sus dos generales más brillantes, Konev y Zhukov, animándoles a que cada uno desde su frente llegase cuanto antes. El que llegase primero se llevaría los honores y la fama.
Mientras, Berlín se preparaba para el desastre. El avance soviético no sólo significaba el final de la guerra. Azuzados por la propaganda oficial, los avances soviéticos vinieron acompañados de un trágico rastro de pillaje y abusos sobre la población, especialmente sobre las mujeres. Las noticias de los refugiados que huían de los avances soviéticos advertían de las represalias que podían sufrir los berlineses. La población se preparaba para lo peor y los suicidios aumentaban constantemente.
En la Cancillería del Reich, los dirigentes nazis se agazapaban en su búnker. Hitler y su estado mayor, junto a sus más cercanos, habían vuelto a la capital para escribir el acto final de la guerra que ellos habían iniciado cinco años antes. Para entonces ya no era el Führer que tenía a sus pies a medio Europa, jaleado por sus logros y victorias. El temblor de uno de sus brazos no dejaba ocultar su estado. Según sus allegados parecía que había envejecido 20 años de golpe. El tercer Reich y su Führer iban a venirse abajo. Pero no se hundirían solos. Arrastrarían con ellos a todos los alemanes.
Para el 16 de abril los soviéticos iniciaban su gran ofensiva sobre Berlín. Tras bombardear con artillería las defensas, comenzaban su avance. El objetivo de Stalin era lograr hacerse con la capital para el 22 de abril, aniversario del nacimiento de Lenin. Pero no fue posible. La lucha encarnizada en varias zonas de la capital hacía que el avance fuese lento y peligroso. Restos de la Wehrmacht, tropas de las SS, junto a la Volksturm, la milicia ciudadana, seguían oponiendo resistencia casa por casa y disparando sus bazucas a los tanques soviéticos.
El 20 de abril Hitler celebraba su 56º cumpleaños. En aquella fecha no hubo ni sonoras manifestaciones ni marchas en honor al Führer. Miembros de la cúpula nazi y del estado mayor del ejército acudieron a acompañarlo. Esta vez muchos se marcharon lo más rápido posible. Preferían salir de Berlín cuanto antes hacia el frente occidental, ya que la rendición frente a norteamericanos y británicos ofrecía más garantías para la propia vida. Incluso el propio líder de las SS, Himmler, ya negociaba entonces con británicos y norteamericanos la rendición.
Pero Hitler no se encontraba completamente solo, tenía aún a sus fieles más leales. La principal de ellos, su fiel amante, Eva Braun. Después estaba Goebbles, compañero desde los inicios del nazismo y su más ciego y leal colaborador. Junto a ellos se encontraban otras figuras del partido como Bormann y su personal asistente, desde médicos a secretarias. Todos sabían cuál sería el final del Führer, pero hasta que llegase ese momento, nadie podía abandonarlo.
Ese final llegó el 30 de abril. Con las bombas y los soviéticos escuchándose a poca distancia, Hitler escribía el capítulo final de la tragedia que él había iniciado. El día anterior había dejado ya escritas las órdenes de lo que había que hacer. Tras despedirse de todos, al mediodía de aquel día se descerrajaba un tiro en la sien. Eva Braun moría por envenenamiento junto a él. Sus cadáveres fueron llevados al exterior y quemados con gasolina. El matrimonio Goebbels, junto a sus seis hijos pequeños, acompañaron a Hitler en su destino tomando veneno. Para el resto comenzaba la huida por las ruinas de Berlín.
La rendición de las tropas que resistían en la ciudad llegaba el 2 de mayo. La bandera soviética ondeaba ya en la capital. Stalin había logrado su objetivo y el Tercer Reich y su Führer habían sido destruidos. Se escribía el último capítulo de la Segunda Guerra Mundial en Europa, allí donde había comenzado. Y lo hacía con la misma letra sangrienta con la que se había iniciado. Pero con la liberación soviética se iniciaba un capítulo nuevo de la historia, que más tarde se conocería con otro nombre, el de la Guerra Fría.