a medida que va transcurriendo la presidencia de Donald Trump, parece que no es siempre cierto esto de que el mucho ladrar lleva a poco morder, porque para deleite de sus seguidores y desesperación de sus rivales, parece que realmente lleva a la práctica sus promesas electorales.

Así, Trump prometió azuzar a los aliados norteamericanos de la OTAN para que den más dinero a la Alianza, apretar a los países que exportan a Estados Unidos para mejores condiciones comerciales, renegociar el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de Norteamérica), frenar la entrada de musulmanes, o combatir la inmigración ilegal, cosas que ha intentado hacer inmediatamente después de tomar posesión. No lo ha conseguido todo, debido a la oposición de jueces y funcionarios norteamericanos, pero el magnate neoyorquino, acostumbrado a que se respeten sus órdenes y enardecido por el apoyo de sus seguidores, no ceja en su empeño y cada día va tomando nuevas medidas.

La última afecta a uno de los sectores que más resistencia ha puesto a su mandato, que son los funcionarios federales, una de las “elites” socio-económicas que, según él, pueblan el “pantano” de corrupción que prometió “drenar” cuando hacía campaña. Y es que, después de haber lamentado públicamente las protecciones que tiene este sector, prácticamente el único del país que tiene garantías contra el despido y recibe subidas de sueldo regulares, ha puesto en práctica sus amenazas y ha decidido congelarles el sueldo.

No hace falta decir que los funcionarios y muchos miembros del Congreso -que aprobó recientemente un aumento de los salarios públicos- han puesto el grito en el cielo, pero la argumentación de Trump con toda seguridad le hará aún más popular entre sus seguidores: los funcionarios, dice el presidente, han de verse premiados tan solo si aumenta su rendimiento, algo semejante a lo que ocurre en la empresa privada - donde trabaja la mayoría del país. Trump, acosado por todas partes del espectro político del país, no parece amilanarse ni da muestras de cansancio a la hora de seguir en esa brecha.

Un ejemplo más de tenacidad es su encono contra la inmigración ilegal, un caballo de batalla muy útil y seguro y que entusiasma a sus seguidores. Los funcionarios de ICE (Control Migratorio y Aduanero) han visto engrosarse sus filas de 2.700 a 6.000, un número que no tiene suficiente trabajo persiguiendo a narcotraficantes y se dedica a la caza y captura de los sin papeles, tanto si tienen un historial delictivo como si no.

El primer aldabonazo en este terreno lo dio cuando anuló la orden ejecutiva de su predecesor Obama, que autorizaba la permanencia de los indocumentados que habían llegado de niños a Estados Unidos. Trump dio seis meses de tiempo a los legisladores para que aprobaran una ley migratoria, algo que han intentado sin éxito durante muchos años, pero la intervención de los tribunales paró la decisión de Trump? con la consecuencia de que también quitó premura al proceso legislativo, de forma que los inmigrantes siguen hoy en el mismo limbo que antes.

Otra reciente muestra de cumplimiento de promesas electorales han sido las negociaciones con México para un tratado comercial que substituya al NAFTA y que, probablemente, darán fruto dentro de muy poco si también Canadá se incorpora a las modificaciones.

Donde Trump lo tiene más difícil es con China, un país al que ha acusado repetidamente de abusar de las oportunidades que Washington le ha ofrecido durante mucho tiempo. En realidad, China es uno de sus objetivos en sus negociaciones del Nafta o con Europa, pues quiere minarle el terreno a Pekín. Y aquí es ya algo -o mucho más- difícil, pues se enfrenta a un país enorme, con grandes recursos e influencia y que funciona con una cualidad que no parece tener Trump; la paciencia.