Bruselas - La tragedia del Aquarius no es un asunto italiano; ni una solución española. Es el resultado de la parálisis y bloqueo de unos Estados miembros incapaces de consensuar una política de asilo común. Es el mensaje que salió ayer del Pleno de Estrasburgo, que apremia al Consejo Europeo a desencallar en junio la reforma de Dublín. Los eurodiputados apelaron a la solidaridad y responsabilidad ante unos países del sur que se sienten abandonados, lo que ha abonado el camino de la extrema derecha.

El problema con el buque Aquarius de Médicos Sin Fronteras es algo más que un incidente puntual. Es el reflejo de la parálisis del Consejo Europeo para consensuar una reforma de Dublín que lleva 18 meses encallada. Un bloqueo con consecuencias humanas. El lunes 629 personas navegaban a la deriva en el Mediterráneo tras la negativa de Malta e Italia -tierra firme más cercana- para permitirles atracar. Finalmente, España ofreció el puerto de Valencia y los migrantes junto a la tripulación se encuentran estos momentos de camino. “La tragedia del Aquarius no es un problema italiano. Ni una crítica francesa ni una solución española. Es un problema integral de la Unión Europea”, señaló en el Pleno de Estrasburgo el eurodiputado español Javier Nart, de ALDE. “Ningún Estado puede hacer frente solo a la gestión migratoria y humanitaria. Las fronteras españolas o italianas son fronteras europeas”, coincidía Florent Marcellesi, de Los Verdes.

El Parlamento Europeo y la Comisión van de la mano en lo que se refiere a política de asilo común. Las dos instituciones exigen al Consejo que se suba al mismo barco. “La política migratoria, que nos afecta a todos como Unión Europea, solamente tendrá sentido si está guiada por la solidaridad, la responsabilidad y la confianza”, subrayó el griego Dimitris Avramopoulos, comisario de Migración. La estrategia migratoria a corto plazo pasa por reasentar a las miles de personas que aguardan en Grecia e Italia y a largo plazo por invertir en los países de salida para que estas personas no se vean forzadas a abandonar sus países en travesías extremadamente peligrosas.

Pero el escollo instantáneo pasa por crear una política de asilo común que funcione. “Los estados miembros no pueden abandonar la gestión de la migración, que debe ser común. Y debe serlo primero porque no se puede dejar sufrir a la gente de esta manera y además porque permitirlo solo alimenta la peor gasolina: incendia la xenofobia y el populismo”, apostilló la eurodiputada española Elena Valenciano, del Grupo de los Socialistas.

En el último Pleno de finales de mayo, el Parlamento Europeo consensuó una propuesta para una reforma del acuerdo de Dublín, que sea más humana y eficiente “para todas las partes”. Formaciones de espectro político muy amplio que van desde la Izquierda Unitaria hasta la Europa de la Libertad y la Democracia se pusieron de acuerdo para rubricar un documento en el que destaca la reunificación familiar y la rapidez de los reasentamientos, así como los retornos.

Reto frente a oportunidad La reforma migratoria no solo ha divido a los Estados miembros. La guerra abierta entre ellos ha llegado a las propias instituciones comunitarias, pero, ¿qué propone la Comisión? Bruselas amadrinó junto a Alemania el plan del reparto de cuotas de refugiados en septiembre de 2015. Era una respuesta a corto plazo ante un éxodo de una magnitud que no se recordaba desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, ha dividido enormemente a las capitales europeas y a las propias instituciones hasta el punto de que Donald Tusk, presidente del Consejo, calificó esta medida como ineficiente y divisoria.

El Ejecutivo comunitario apremia al edificio de la acera de enfrente a llegar a un acuerdo en la política migratoria común. Y advierte de que la Unión Europea no puede permitirse ni política ni económicamente otra crisis de tamaña magnitud.

¿Cuál es el problema en el Consejo? La división. El sur se siente abandonado y critica la falta de solidaridad y responsabilidad de sus socios comunitarios. En los últimos dos años, han arribado a Italia más de 700.000 personas; mientras que Hungría, Polonia y la República Checa no han reubicado a ningún solicitante de asilo.

Los Veintiocho han retrasado cumbre tras cumbre una decisión concreta sobre migración y poco ha trascendido más allá de debates acalorados. Pero solamente quedan dos semanas para que se celebre el último encuentro de líderes europeos antes del parón estival. Guy Verhofstadt, líder de ALDE de la Eurocámara, abrió este martes la puerta a llevar al Consejo ante el TJUE por fallar en sus obligaciones sobre la reforma de asilo. En medio de este entramado político hay vencidos: las personas que huyen de la guerra y la miseria. Y vencedores: la extrema derecha, que ha hecho del discurso xenófobo una máquina de votos en Hungría, Austria, Alemania, Grecia o Italia. El drama migratorio no es un asunto puntual. Ha venido para quedarse y aumentará en las próximas décadas. La Unión Europea puede tomarlo como un desafío o una oportunidad cuando el Viejo Continente envejece a gran ritmo.