La respuesta de Theresa May al ataque a un exespía ruso con gas neurotóxico en suelo británico le abrió una nueva etapa en su mandato como primera ministra, pero la alegría duró poco y pronto se vio empañada por el debate sobre la dirección que Londres debe tomar contra el régimen del presidente de Siria, Bachar al Asad, tras el supuesto ataque químico en la ciudad de Duma del pasado sábado. May habló con el presidente estadounidense, Donald Trump, y con el presidente francés, Emmanuel Macron, pero a muchos no les pareció suficiente. La presión se intensifica, obligándola a que decida si se decanta por una acción militar inmediata, siguiendo así los pasos marcados por Trump, o si prefiere hacerlo teniendo el respaldo parlamentario.
Un portavoz de la primera ministra confirmó que los tres líderes estaban de acuerdo en que el ataque con armas químicas en Siria era “totalmente reprobable y, de confirmarse, representaba una prueba más de la espantosa crueldad del régimen de Asad contra su propio pueblo y del total desprecio por sus obligaciones legales de no usar estas armas”. Además, los tres mandatarios defendieron que la comunidad internacional “debe responder” para mantener la prohibición mundial del uso de armas químicas.
Pero los parlamentarios no regresan a su trabajo hasta el lunes, tras el parón de Semana Santa, y a muchos en Downing Street les parece una fecha muy lejana, demasiados días para tomar una decisión tan importante. Por el momento, May se decantó por la firmeza, apuntando a que el presunto ataque químico en Siria era “bárbaro” y defendió como está manteniendo conversaciones internacionales urgentes. “Obviamente estamos trabajando urgentemente con nuestros aliados y socios para evaluar lo que ha sucedido en el terreno. Si es responsabilidad del régimen de Al Asad en Siria, entonces es otro ejemplo de la brutalidad y descarada indiferencia hacia su pueblo”, puntualizó la líder conservadora.
presiones para intervenir Mientras la premier duda sobre qué hacer, varios columnistas le recordaron como, hasta hace bien poco, era ella misma la que argumentaba que Occidente debe unirse contra la agresión rusa, por lo que le urgieron a sumarse a ese frente. May apostó por acudir a la reunión del Consejo de Seguridad junto a altos funcionarios de inteligencia y ministros en su llamado “gabinete de guerra”, para discutir la crisis y decantarse por trabajar con sus aliados para hacer “una evaluación”. En ella, los asistentes abogaron por que los responsables deben rendir cuentas, pero pronto algunos parlamentarios tories comenzaron a expresar su preocupación por una acción militar sin la aprobación de la Cámara de los Comunes.
Ese fue el caso de Julian Lewis, presidente del comité de Defensa y una de las voces más prominentes a la hora de insistir en que el Parlamento vote antes de poner en marcha la acción, puntualizando que si el Reino Unido es atacado, el Gobierno puede tener que actuar primero y buscar la aprobación del Parlamento después, pero cuando “contemplamos la intervención militar en los conflictos de otras personas, el Parlamento debería ser consultado primero”.
Ahí es cuando viene a la memoria el duro golpe que sufrió el anterior primer ministro, David Cameron, quien sufrió un mazazo a su credibilidad cuando perdió un histórico voto de los Comunes en 2013 cuando pidió respaldo para el lanzamiento de ataques aéreos. Pero el actual ministro británico de Asuntos Exteriores, Boris Johnson, lejos de dejarse intimidar por este mal recuerdo, se pronunció sobre el tema, diciendo que “un abanico completo de opciones debería estar sobre la mesa” para que la comunidad internacional dé respuesta al ataque.
para no perder influencia Por el momento, otras personalidades advierten de que Londres corre el riesgo de perder influencia internacional, que iría hacia Washington y París, si May finalmente rechaza la solicitud del presidente Trump para unirse a su propuesta bélica. De hecho, las palabras del mandatario republicano fueron mucho más duras, prometiendo responder “enérgicamente”. Además, el presidente estadounidense canceló su primer viaje a América Latina para dar respuesta al presunto ataque químico, en el que habrían muerto al menos 42 personas, incluidos niños.
Mientras continúa el debate internacional sobre el asunto, casi 750.000 sirios se han visto obligados a abandonar sus hogares en los primeros meses de 2018, según el alto funcionario de la ONU Panos Moumtzis, quien coordina la respuesta a la crisis. “Estoy profundamente preocupado por el continuo desplazamiento masivo de cerca de 700.000 sirios desde el comienzo del año debido a las continuas hostilidades en el país”, dijo Moumtzis en un comunicado, agregando que esa cifra se suma a los 6,5 millones de personas ya desplazadas internamente, y a los más de 5,6 millones de refugiados sirios en países vecinos. En esa línea, lamentó que los ciudadanos sirios “continúen atrapados en una violencia espantosa”.