Los partidarios de la solución de un solo Estado, tanto palestinos como israelíes, imaginan de manera muy diferente esta opción. “Ayer -por el miércoles- nadie habló de un solo Estado, sino de un apartheid”, declaró a Efe el excandidato presidencial palestino Mustafa Barghouti, que más que oponerse a la forma se opone al fondo: “Yo lo que quiero es libertad; en un Estado o en dos, eso da lo mismo, pero uno de justicia e igualdad”.
Para Barghouti el problema recae en plantear el debate partiendo de la defensa de un Estado judío, definición que ayer volvió a mencionar el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en la rueda de prensa que dio con Trump en Washington, en la que este último abrió la opción a soluciones alternativas a la creación de un estado palestino. Un único Estado judío “llevaría automáticamente a los palestinos (cristianos, musulmanes o laicos) a ser ciudadanos de segunda y tercera categoría”, afirmó Barghouti.
Solo el 31% de los palestinos cree que la solución de los dos estados es actualmente viable, y ese porcentaje va decreciendo, según una reciente encuesta publicada por el Centro Palestino de Investigación Política (PSR). Cada vez son más los que se abren a la opción de un solo Estado, pero con una visión muy diferente a la presentada por el nacionalismo israelí, que parte de la anexión a su país del área C de Cisjordania, donde viven 380.000 colonos, la absorción total de los territorios palestinos (incluida Gaza) o la concesión de pequeños enclaves autónomos.
“Los palestinos ya tiene dos estados: en Gaza y en Jordania. No hay necesidad de un tercero”, dijo el ministro israelí de Educación, Naftali Benet, líder del partido ultraderechista Hogar Judío, pro-colono y principal socio del Gobierno de Netanyahu. “No nos vamos a ir de nuestra tierra (judía), podemos plantear una anexión sin tener que dar a los palestinos ciudadanía, solo una residencia”, explica el portavoz de los colonos de la ciudad cisjordana de Hebrón, Yishai Fleisher.
Mientras la derecha nacionalista plantea un solo Estado eminentemente judío, con derechos limitados para los palestinos, éstos ven en una sola entidad una oportunidad donde un sistema democrático reflejaría su mayoría como población. Los habitantes de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los árabes con nacionalidad israelí serían mayoría respecto a los residentes judíos en un estado único y, por tanto, ganarían influencia en la política nacional.
Además el nacionalismo israelí defiende también la permanencia de la cultura judía que hoy se refleja en cuestiones como el sábado de descanso, Shabat, la Hatikva como himno israelí o la estrella de David en la bandera, tradiciones y símbolos que quedarían comprometidos en un nuevo estado al tener que dar cabida a ambas sensibilidades.
El activista palestino Basem Tamimi hace tiempo que apuesta por un solo Estado pero, desde un argumento opuesto al de Fleisher, tampoco quiere que sea binacional. “Garantizaríamos la igualdad de derechos al margen de la religión del origen”, propone Tamimi: “En Israel es difícil encontrar el apoyo hacia un Estado democrático, porque la sociedad está girando a la derecha, pero todavía hay y es importante trabajar con ellos”. Voces en Israel como la de la activista Orly Noy se han posicionado en este sentido, y dentro de las ONG consideradas pacifistas se encuentran simpatizantes de un Estado con igualdad para todos, aunque en general evitan este debate y se centran en un objetivo: acabar con la ocupación. “La única alternativa a una solución de dos estados soberanos sobre la frontera de 1967 es un solo Estado laico y democrático con igualdad de derechos para judíos, cristianos y musulmanes. Un Estado democrático para todos en toda la Palestina histórica”, manifestó o el secretario general de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Saeb Erekat.
Lo que se ha planteado como una alternativa, que supera escollos como la definición de fronteras o la capitalidad de Jerusalén, abre sin embargo nuevos interrogantes igualmente difíciles de contestar.