El líder de Syriza, Alexis Tsipras, llegó hace menos de un mes al poder en Grecia con promesas como la subida progresiva del salario mínimo, prohibición de desahucios de primeras viviendas, recontratación de funcionarios despedidos a causa de los recortes presupuestarios o renegociación con los acreedores internacionales del pago de una deuda pública que alcanza el 180% del PIB. Tras tres semanas de idas y venidas y choques mediáticos con sus acreedores, el gobierno griego se enfrenta hoy, quizás, a su gran prueba de fuego en un Eurogrupo determinante, en el que Atenas y el resto de la Eurozona deben encontrar una solución al programa de rescate que expira en apenas 12 días, el próximo 28 de febrero.
“Espero negociaciones difíciles, pero estoy lleno de confianza”, asegura Tsipras en una entrevista de la que publicaba varios extractos ayer la revista alemana Stern. “No queremos nuevos préstamos. En vez de dinero necesitamos tiempo para poner en marcha nuestro plan de reformas. Grecia será otro país en seis meses”, promete el líder griego apenas unos días después de estrenarse en una cumbre europea y recordar a sus colegas que “la medicina que ha tomado Grecia en los últimos años ha devastado el país” y que su gobierno tiene “un plan para superar esta crisis”.
La posición generalizada entre los socios del euro, y, sobre todo, la opción preferida por Berlín, es que Atenas solicite la prórroga del rescate antes de abrir negociaciones sobre un nuevo programa que case con los objetivos de Syriza. Una prolongación inaceptable para el gobierno heleno que, precisamente, fue elegido gracias a su campaña contra un rescate odiado por la opinión pública griega, el 75%, según una reciente encuesta del diario To Pontiki, apoya la posición del gobierno. “Grecia no avanzará en un programa con características de programas de gobiernos precedentes”, añadía ayer mismo el portavoz de su gobierno, Gabriel Sakellaridis. “No nos enfrentaremos a la sociedad”.
Crédito puente Hasta ahora la idea del ejecutivo heleno era conseguir un crédito puente para mantenerse a flote en los próximos meses gracias a la liberación de los 1.900 millones de beneficios obtenidos por los bancos centrales de la zona euro por la compra de bonos griegos, la emisión de 8.000 millones adicionales en letras del tesoro y la utilización del remanente del plan de rescate. La Eurozona rechaza, sin embargo, seguir ayudando si Atenas no acata sus compromisos como quedó patente en el Eurogrupo extraordinario fallido el pasado miércoles. El gobierno griego vetó en el tiempo de descuento, cuando algunos ministros como el titular alemán Wolfgang Schaüble ya se habían marchado de la sala pensando que había acuerdo, una declaración de mínimos que sugería la posibilidad de explorar una ampliación del rescate.
Tsipras pudo reconducir el portazo con el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, el pasado jueves en los márgenes de la cumbre. Ambos acordaron retomar los contactos a nivel técnico para explorar si existe “terreno común” entre las reformas prometidas por el anterior gobierno de Antonis Samaras y las que está dispuesto a asumir el nuevo gobierno Tsipras. “Las autoridades griegas estiman que pueden estar de acuerdo con el 70% del programa. Habrá que ver cuál es y qué podemos hacer con el 30% restante”, asegura el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker.
Esta es tarea en la que se han sumergido durante todo el fin de semana expertos de Grecia y de la antiguamente denominada troika, que Tsipras volvió a dar por muerta durante la cumbre, para presentar hoy el resultado ante los ministros del Eurogrupo después. “Nuestra posición se basa en una lógica fuerte y conducirá a un acuerdo, incluso en el último minuto”, aseguraba ayer en una entrevista al diario Kathimerini el ministro de finanzas griego, Yanis Varoufakis. En círculos del Eurogrupo reconocen que hay margen de maniobra y que el programa no está escrito a fuego, que como en ocasiones anteriores se puede retocar pero sin cuestionar el fondo. “No es crucial extender el programa actual. Se puede terminar discutiendo sobre un programa nuevo. Es una posibilidad que no se excluye”, aseguran sin dar un vaticinio de lo que deparará el Eurogrupo.
La cuestión es que nadie en Bruselas sabe a ciencia cierta cuánto dinero le queda a Atenas en la recámara y hasta cuánto podrá aguantar si expira el programa y el BCE deja de aceptar bonos griegos como garantía. Hay quienes sitúan el límite en marzo y quienes cifran en varios meses el margen. La cuestión de fondo no cambia. Grecia necesitará apoyo financiero y los socios del euro solo se lo darán a cambio de condiciones y reformas. Encontrar ese equilibrio, admitía el viernes Dijsselbloem, está complicado. “Soy muy pesimista respecto a la posibilidad de un acuerdo concreto el lunes. Los griegos tienen ambiciones muy altas, pero sus posibilidades, teniendo en cuenta la situación real de la economía griega, son muy limitadas. Por eso no estoy seguir de que lleguemos a un acuerdo”, admite. “Hay límites y el reloj corre”, añade su colega eslovaco Peter Kazimir.
Esperanza Y es que, aunque hay un par de países que han mostrado cierta simpatía como Chipre, el grueso han puesto el listón muy alto a Atenas. Desde los defensores del rigor presupuestario como Finlandia o Alemania, que han prestado de forma bilateral 1.004 y 15.165 millones respectivamente a Grecia, hasta países que han sufrido la visita de la troika como Irlanda y Portugal, y que exigen el mismo trato si se relajan las condiciones de devolución de la deuda, España e incluso otros que no quieren perder el apoyo de sus respectivas opiniones públicas como Eslovaquia, el único país que no ha prestado ni un euro de forma bilateral a Grecia, y que no está dispuesto a relajar las condiciones. Varios ministros del gobierno griego han amagado con acudir a Rusia. Tsipras mantiene la esperanza. “Nadie en el Consejo Europeo quiere un choque, una ruptura. Debe prevalecer el interés común”.