Buenos Aires. El tiempo todo lo cura, dicen los sabios. Pero 30 años después, una sombra tiñe aún las miradas de los veteranos argentinos que combatieron en 1982 en la guerra por las Malvinas. En el archipiélago del Atlántico Sur sufrieron hambre, frío y maltratos, además del crudo rigor de la guerra. A su regreso al continente, padecieron indiferencia y severos problemas para reincorporarse a la sociedad.
La dictadura militar que gobernaba Argentina desde 1976 envió cerca de 10.000 soldados, la mayoría de entre 18 y 20 años y sin entrenamiento bélico, a librar una guerra desigual. También participaron en el conflicto más de 3.100 hombres de la Armada y otros 1.000 de la Fuerza Aérea. "Tenemos que dar hasta nuestra última gota de sangre por nuestro territorio", arengaba un teniente tras el desembarco del 2 de abril. "Ustedes deben hacerlo, que son los que eligieron la carrera militar, no nosotros", le respondió el entonces joven Leandro López, quien poco después de concluir el servicio militar obligatorio debió abandonar su trabajo para responder a la carta que lo convocaba a la guerra. "El desembarco en Malvinas fue una apuesta arriesgada para salvar al gobierno militar que se estaba hundiendo", analiza hoy en día López.
Las arriesgadas misiones de los aviadores argentinos no alcanzaron para compensar las falencias de los batallones desplegados en tierra, sin vestimenta adecuada para tan bajas temperaturas, con pocos alimentos, mala instrucción militar y armamento vetusto. Y a esto se sumaron los abusos sufridos por los soldados de parte de sus propios superiores. "El maltrato de los militares existió siempre. Fui testigo de abusos, estaquear una persona toda una noche con 12 grados bajo cero en medio de combates es terrible, terrible", recuerda Daniel Comillas.
La guerra le costó la vida a 649 argentinos y 255 británicos. Al regreso, los excombatientes se enfrentaron con un frente inesperado. Una inserción laboral muy difícil, inestabilidad emocional y problemas de salud. Tras varios años de gestiones, los excombatientes accedieron a una pensión y una obra social médica, aunque no se hizo un estudio a fondo de los problemas de salud y psicológicos, más allá de casos puntuales. A los fallecidos durante la contienda se sumaron los cientos de excombatientes de uno y otro bando que se suicidaron después.
La propia presidenta argentina, Cristina Fernández, se ha referido recientemente a este asunto para recordar que después de la guerra "se suicidaron más de 400 argentinos y 264 británicos". "Hubo más muertos después de la guerra que en el propio campo de combate; esto demuestra el horror y cómo perfora, atraviesa la vida de las personas ese flagelo", afirmó la mandataria durante un acto oficial.
El argentino Miguel Ángel Brítez es uno de los veteranos a los que la guerra ocasionó un brusco vuelco en su vida, al punto que acaba de regresar a su casa tras sobrevivir como mendigo en Uruguay mientras su familia lo daba por muerto. Brítez, quien integró uno de los comandos de la Infantería de Marina argentina que invadió las islas, se recupera en un hospital de la provincia argentina de Corrientes, en el norte del país, tras una odisea digna de un guión de cine bélico.