Johannesburgo. Dos cerdos rebuscan entre la basura a dos pasos de la chabola de Patricia Gwebani. Está acostumbrada a ellos y ni los ve, pero ha puesto un tablón de madera en su puerta para que no entren a husmear en sus cosas. Tampoco mira a una niña, de apenas 3 o 4 años, que da cinco pasos hacia el riachuelo, se agacha y empieza a defecar. Cuando termina, la pequeña alcanza un papel sucio del suelo y se limpia el trasero. Luego se va. Patricia no mira a la niña porque está acostumbrada. Ninguno de los vecinos del barrio de chabolas de Kliptown, una de las zonas más deprimidas de Soweto, tiene lavabo, así que todo el mundo se aligera en los diez metros que hay desde la chabola de Patricia al río. La zona huele a mil diablos. "Cuando llueve, el río se desborda y se llenan las chabolas de mierda y basura; aquí no se puede vivir", protesta Patricia. Lleva toda la vida así.
Kliptown La terrible desigualdad de Sudáfrica se respira en zonas como Kliptown, pero no es el único lugar. Un 24% de los hogares sudafricanos no son viviendas formales. Según cifras oficiales, un total de seis millones y medio de personas viven en chabolas y 8,7 millones de sudafricanos sobreviven con menos de un euro al día. A un puñado de kilómetros de la casa de Patricia, no es difícil ver BMW, Mercedes o incluso descapotables Porsche o Ferrari en las calles de los barrios ricos de Sandton, Parkhurst o Randburg. De hecho, es hasta sencillo: en 2010, la firma Mercedes colocó uno de sus coches de lujo entre los diez más vendidos del año en Sudáfrica.
tres millones de casas Desde que acabó el apartheid, el gobierno sudafricano ha construido tres millones de casas de protección oficial y ha llevado servicios básicos a buena parte de la población: hoy, el 91% de las familias tienen acceso a agua potable (en tiempos del apartheid sólo el 62% tenía agua limpia) y el 85% tienen electricidad en sus hogares. En 1994, poco más de un tercio de la población tenía luz en su casa. Pero a Patricia se la llevan los demonios cuando le cuentan los progresos del país. Ella no vive mejor. "Antes había trabajo. ¿Ahora qué tenemos? Los políticos sólo se enriquecen ellos y nosotros no tenemos nada".
A sus pies, escucha en silencio su hijo Mbongeleni, de 11 años. Va al colegio y le gustan las matemáticas. No sabe qué quiere ser de mayor. Quizás da igual. En barrios como Kliptown, donde los índices de criminalidad se disparan, la tasa de paro llega al 70%.
Ocurre que la indignación porque el gobierno no haya hecho nada por ellos en diecisiete años se torna en un peligro mayor: la xenofobia. En 2008, 67 inmigrantes fueron asesinados en barrios pobres del país. Y el temor de nuevos brotes de violencia va a más. Michael Kolotsane es vecino de Patricia y lleva en paro más de un año. Antes trabajaba de guarda de seguridad en el lujoso barrio de Sandton. Pero no culpa a los ricos. "Mi problema son los zimbauenses y los mozambiqueños, que trabajan por la mitad y nos quitan el trabajo. Nos están inundando, son un cáncer. Por su culpa vivimos como patatas podridas".
El barrio de zimbabuenses empieza justo detrás de un terraplén, a menos de veinte metros.