Madrid. En la tarde noche de ayer el estruendo de las explosiones en torno al complejo presidencial y el sonido de las baterías aéreas volvieron a escucharse en Trípoli. Los cazas de la coalición internacional (sobretodo franceses y británicos) y los tomahawks norteamericanos sembraban la destrucción en la capital libia pero no podían apagar las dudas que la operación Amanecer de la Odisea está despertando en las cancillerías occidentales. Dos cuestiones están en el aire: quién ha de asumir el mando del operativo y cuál ha de ser su objetivo final. Los agentes posibles son la OTAN o EEUU, y, en cuanto a la finalidad de los ataques, la pregunta es si acabar o no con Gadafi.

Nadie da una respuesta clara a ninguna de las dos opciones. EEUU asume provisionalmente el mando, pero no quiere cargar con el peso político de una operación impulsada, básicamente, por Francia (con el apoyo del Reino Unido). Los aliados no quieren ponerse bajo las órdenes de Sarkozy (más preocupado en ejercer de líder mundial, subir en popularidad y demostrar la eficacia militar de sus cazas Rafale de cara a futuros contratos) y exigen que sea la OTAN quien asuma el mando. Italia, el país desde el que están partiendo la mayor parte de los ataques y el más cercano a Libia (por tanto el más amenazado) lo dijo ayer claro: retomará el control de sus bases si la operación en Libia no pasa a la OTAN. Además, Berlusconi ha limitado la participación de sus cazas sólo a patrullas de vigilancia, no de ataque.

debates Londres, consciente de que Washington no quiere convertir Libia en otro Irak y de que Sarkozy busca sobre todo lucirse (ayer volvió a apadrinar a los rebeldes en una reunión en París), también quiere que sea la OTAN la que tome el mando. Pero la Alianza Atlántica no se decide, precisamente, porque Francia no quiere.

El ministro de Asuntos Exteriores francés, Alain Juppé, descartó ceder el mando de sus cazas a la OTAN porque considera necesario "tener en cuenta la opinión de los países árabes". Esos mismos países que el domingo denunciaban los excesos de los ataques galos.

Así las cosas, los países de la Alianza, reunidos ayer en Bruselas, cerraron la cita sin un acuerdo y sólo quedaron en "volver a estudiar la cuestión" hoy. "Aún no se ha tomado la decisión de actuar", reconocieron fuentes internas, que precisaron que "es una cuestión compleja y queremos hacerlo bien". Por tanto los embajadores de los 28 países de la OTAN, por quinto día consecutivo, se verán las caras para diseñar un "plan de operaciones" que, al parecer, no existe.

Y en medio de este caos destacan, aunque por razones diferentes, dos divergencias: la de Turquía y la de Alemania. La primera se explica por razones religiosas ya que es difícilmente explicable apoyar a Occidente frente a un régimen, el libio, que invoca el Corán para protegerse. La segunda, la de Alemania, es más de carácter económico. El anuncio de Gadafi de que dará los contratos petrolíferos a quienes no apoyen los ataques (nombró especialmente a Alemania) supone un suculento pastel para Berlín que, de obtenerlos, reforzaría su posición no sólo en Europa, sino también en el Mediterráneo.

Sobre la segunda duda, si acabar o no con Gadafi, sólo Francia especula con hacerlo.