El problema no es que la presidenta de la Comunidad de Madrid difunda una falsedad, que también, el problema es que hay quien está dispuesto a creerle lo que sea. Así, un “Ayuso, entzun, Euskadi euskaldun!” se convierte en “Ayuso, entzun, pim pam pum”. Solo hace falta escuchar para darse cuenta de que lo que dijo el lehendakari y lo que ella dice que dijo no es lo mismo. Y solo hace falta saber algo de lo que pasó en este país anteayer para saber qué significa ese “pim pam pum”. Entonces, el problema no es propalar una mentira, que también, el problema es que ella sabe qué significa ese “pim pam pum”. El problema es que ella lo sabe y no le causa rubor alguno utilizarlo como eficaz polvareda que opaque temas que le resultan incómodos y como atizador que alimente a su parroquia. El problema ya no es la mentira impune, sino el proceso por el que una parte significativa de una sociedad en una democracia ha llegado a asumir con normalidad que la mentira es verdad. Sociólogos y politólogos analizarán con más tino el fenómeno, pero quizá tiene mucho que ver con quién dice y contra quién. Una fórmula de polarización en la que lo de menos es qué se dice. Es la impunidad del fin justifica los medios alimentada por el maniqueísmo, conmigo o contra mí.