Vivimos en un mundo estrambótico. Arden hectáreas y hectáreas, miles de viviendas, mueren personas, decenas de miles han sido desalojadas... un incendio, en realidad varios, de dimensiones bíblicas asola una ciudad, favorecido además por unas condiciones meteorológicas concretas; y oye, ahí anda el personal especulando sobre si el fuego lo han provocado armas láser o el Gobierno Biden. No acabo de decidirme si me mola más la idea de una invasión extraterrestre –ya están tardando Dwayne Johnson y Arnold Schwarzenegger en montar un destructor equipo de salvamento– o la siempre eficaz opción urbanística de una alianza demócrata entre el gobernador de California y la Casa Blanca saliente para arrasar Los Ángeles y levantar de cero una nueva smart city siguiendo el modelo de las denominadas ciudades de 15 minutos. Para los amantes de los thrillers judiciales, tipo John Grisham, hay otra teoría circulando sobre que el fuego fue provocado para destruir pruebas del caso contra Sean Diddy Combs. Resulta que vivimos en un mundo en el que la evidencia, el hecho, lo empírico, se ha desacreditado, no es creíble, como si fuera una cuestión de fe; mientras que la especulación se ha convertido en incontrovertible. Si la humanidad sobrevive a este imperio de la ignorancia, algún día los filósofos se pondrán las botas estudiando estos tiempos.