Dice la Wikipedia que, “con una tasa de crecimiento anual del 2,33% en 2017, la Franja de Gaza es la trigésimo primera entidad política con mayor crecimiento demográfico del mundo”, y aunque las mujeres israelíes, árabes incluidas, tienen casi 3 hijos de media, lo cual estaría muy bien en Europa, la batalla del paso del tiempo es la única, con estos datos sobre la mesa, en la que el pueblo palestino puede depositar alguna esperanza. A no ser que sea aniquilado. Algún día sabremos, ojalá, por qué con su salvaje incursión del 7 de octubre Hamás encendió la mecha del holocausto de su propio pueblo, pero hasta entonces lo que sí sabemos es que Israel se ha lanzado a una desbocada matanza para poder ganar unos pocos kilómetros cuadrados más de espacio vital, que va a reducir el campo de concentración que es la franja de Gaza a la mitad de su extensión actual, y si puede, con la mitad de población que la actual. Con este crimen contra la humanidad Israel se ha condenado a vivir con miedo para siempre. La paz ya nunca será posible si no completa el exterminio, y aún así el horror que ha sembrado le perseguirá durante décadas, a Israel y a todos los gobiernos que todavía hoy, con más de 10.000 muertos sobre la mesa, miran para otro lado.