Casi 80 años de repugnante hipocresía en el conflicto de Oriente Medio. El último ejemplo encarnado por la legión de fariseos que condenan la ofensiva terrorista de Hamás –sí, terrorista– sin antes hacer lo propio con los 269 asesinatos a cargo de la Policía y el Ejército israelíes en los territorios ocupados entre el pasado 1 de enero y el cruel bombardeo desde Gaza. Nauseabundo todo.

Porque si sus mortíferas consecuencias no deben justificarse, este conflicto sí puede explicarse perfectamente pues se remonta en concreto a 1947, cuando tras el exterminio judío Naciones Unidas dividió la región donde vivían los palestinos en dos estados, uno árabe y otro hebreo. Aquel artificio geopolítico derivó en la Guerra de 1948, con victoria israelí y 750.000 árabes refugiados en países vecinos, triunfo que se reprodujo en 1967 con la ocupación de Gaza y Cisjordania en la Guerra de los Seis Días, idéntico resultado de la Guerra de Yom Kipur de 1973 ante un ataque similar al de las milicias palestinas hace una semana. Hitos principales de la cruenta historia de anexionismo brutal por Israel, consagrado a expandirse a sangre y fuego con el aliento de EEUU pese a ciscarse en la legislación internacional, singularmente en materia de Derechos Humanos. De hecho este miércoles, en apenas cinco días tras la matanza de Hamás, Israel ya había igualado la cifra de población civil masacrada con más de 1.100 muertos a cada uno de los lados de la frontera. Solo que en el caso de Gaza con una ciudadanía desplazada equivalente a los residentes en Álava para intentar sobrevivir a un cerco criminal que ya les había dejado sin luz ni agua, con 300.000 reservistas israelíes prestos para la incursión terrestre como en 2014, entonces para volar los túneles de Hamás. 

Israel enarbola la ley del talión con una inquina aún más salvaje legitimada por el gobierno de emergencia frente a la terrorífica tríada de Hamás, Hizbulá e Irán como señuelo perfecto para arrasarlo todo. La incógnita radica en los efectos de semejante convulsión en el mundo árabe, en particular respecto al eventual reconocimiento por Arabia Saudí del Estado judío al estilo de Egipto y Jordania, después de que la Administración Trump alinease en los Acuerdos de Abraham a Emiratos Árabes, Baréin, Marruecos y Sudán. Sin embargo, pocas dudas caben sobre la impotencia de Europa para contener el genocidio palestino y en general sobre su incapacidad para enfriar cualquier conflicto incluso ante sus mugas. Al menos que, fiel a su tradición humanista, el Viejo Continente opere como conciencia ética en defensa de los más vulnerables para que por ejemplo no se confunda la parte, Hamás, con el todo, Palestina. 

Aunque ahora no se atisbe, en algún momento habrán de sentarse Israel y la Autoridad Nacional Palestina reconocida por la comunidad internacional. Una negociación que solo podrá cuajar si el pueblo al que Hitler quiso aniquilar asume que su fuerza armada carece de licencia para matar inocentes. Y de paso la esperanza de paz donde más se necesita tres cuartos de siglo después. 

Porque si sus mortíferas consecuencias no deben justificarse, este conflicto sí puede explicarse perfectamente pues se remonta en concreto a 1947, cuando tras el exterminio judío Naciones Unidas dividió la región donde vivían los palestinos en dos estados, uno árabe y otro hebreo. Aquel artificio geopolítico derivó en la Guerra de 1948, con victoria israelí y 750.000 árabes refugiados en países vecinos, triunfo que se reprodujo en 1967 con la ocupación de Gaza y Cisjordania en la Guerra de los Seis Días, idéntico resultado de la Guerra de Yom Kipur de 1973 ante un ataque similar al de las milicias palestinas hace una semana. Hitos principales de la cruenta historia de anexionismo brutal por Israel, consagrado a expandirse a sangre y fuego con el aliento de EEUU pese a ciscarse en la legislación internacional, singularmente en materia de Derechos Humanos. De hecho este miércoles, en apenas cinco días tras la matanza de Hamás, Israel ya había igualado la cifra de población civil masacrada con más de 1.100 muertos a cada uno de los lados de la frontera. Solo que en el caso de Gaza con una ciudadanía desplazada equivalente a los residentes en Álava para intentar sobrevivir a un cerco criminal que ya les había dejado sin luz ni agua, con 300.000 reservistas israelíes prestos para la incursión terrestre como en 2014, entonces para volar los túneles de Hamás. 

Israel enarbola la ley del talión con una inquina aún más salvaje legitimada por el gobierno de emergencia frente a la terrorífica tríada de Hamás, Hizbulá e Irán como señuelo perfecto para arrasarlo todo. La incógnita radica en los efectos de semejante convulsión en el mundo árabe, en particular respecto al eventual reconocimiento por Arabia Saudí del Estado judío al estilo de Egipto y Jordania, después de que la Administración Trump alinease en los Acuerdos de Abraham a Emiratos Árabes, Baréin, Marruecos y Sudán. Sin embargo, pocas dudas caben sobre la impotencia de Europa para contener el genocidio palestino y en general sobre su incapacidad para enfriar cualquier conflicto incluso ante sus mugas. Al menos que, fiel a su tradición humanista, el Viejo Continente opere como conciencia ética en defensa de los más vulnerables para que por ejemplo no se confunda la parte, Hamás, con el todo, Palestina. 

Aunque ahora no se atisbe, en algún momento habrán de sentarse Israel y la Autoridad Nacional Palestina reconocida por la comunidad internacional. Una negociación que solo podrá cuajar si el pueblo al que Hitler quiso aniquilar asume que su fuerza armada carece de licencia para matar inocentes. Y de paso la esperanza de paz donde más se necesita tres cuartos de siglo después.