Para tirarse al río en el puente de la Constitución. Insoportable el patrioterismo rojigualdo en esta semana de festejos de una Carta Magna momificada 44 años después por la incapacidad de mejorarla en el punching ball del Congreso, de confirmación en la Gran Bretaña de las prácticas mafiosas del servicio secreto español y de naufragio futbolístico tras ganar un solo partido –a Costa Rica– que se vendió como anuncio del éxito mundial. 

Empezando por el esperpento madrileño, cabe congratularse de que esa crispación impostada en el Congreso ya no se traslade al ciudadano común, que con la salvedad del elector más derechoso asiste de soslayo a esa bronca permanente. Curioso que los apologistas de la Constitución sean los mismos que conculcan con alevosía la separación de poderes que consagra boicoteando la renovación de la cúpula judicial con el blindaje de una mayoría de bloqueo de tres quintos en el CGPJ que urge rebajar. Como para que concurra una mayoría cualificada que permita cambios constitucionales ya ineludibles para por ejemplo sustituir el término “disminuido” tan ofensivo, incluir referencias a las nuevas tecnologías o a los derechos supraestatales en un contexto europeo, convertir al Senado en una verdadera cámara territorial o erradicar la preferencia del varón sobre la mujer para heredar una Jefatura del Estado cuya inviolabilidad resulta un anacronismo literalmente criminal. Peccata minuta, especialmente para quienes con toda legitimidad defienden otro proceso constituyente –abolición de la Monarquía incluida– o como mínimo reformular la organización territorial contenida en el título octavo. Aunque casi peor si se reforma como en 2011 el artículo 135, por la puerta de atrás y en agosto para priorizar el pago de la deuda pública.     

Mismo nivel de patetismo el de los meapilas de guardia que proclaman su orgullo y satisfacción por que la Corte de Apelaciones inglesa proteja al emérito del acoso denunciado por su examante Corinna tras apoquinarle 65 millones en negro que pretendía recuperar. Cuando se trata de una inmunidad parcial entre 2012 y junio de 2014 –solo hasta la abdicación de Juan Carlos I– y los jueces no refutan el infame chantaje descrito en la demanda, con amenazas del jefe del CNIy la entrada en domicilios de Mónaco, Reino Unido y Suiza. Lo que abunda en la obscena mezcla de prescripción e impunidad del comisionista regio, cuyas aventuras en camastros y paraísos fiscales se cubrieron con un manto de silencio y de sobornos mientras que ya alejado de Zarzuela concatenó tres regularizaciones tributarias que nunca se consentirían a los súbditos que aun le pagamos la fiesta.

Fiesta de la que ha sido expulsado Luis Enrique, triturado por el hooliganismo mediático como un antiespañol cualquiera, se apellide Sánchez o Larsen, no digamos ya Esteban o Rufián. Si el balón hubiera entrado, los mismos que lo ajusticiaron por chulo y culé todavía le harían la pelota. Al Constitucional con él.