as secuelas que nos deja la enésima desgracia de estos dos últimos años, llegan en forma de nuevo descubrimiento lingüístico y hallazgo geográfico. Después de interiorizar términos de la pandemia como desescalada o nueva normalidad, ahora los discursos de los políticos no se cansan de glosar el alivio económico que tendría para nuestros bolsillos poner topes temporales a las tarifas del gas. Un concepto tan simple lo envuelven en una enrevesada palabra como desacoplar. Es cierto que está en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, pero el común de los mortales nos entendemos mucho mejor cuando se refieren a limitar unos precios, que nos llevan por el camino de la amargura. Lo malo que ese desacople va a tener que esperar, al menos, hasta después de San Prudencio para que se empiece a reflejar en las facturas. Este año la fama de santo meón, esperemos que se vea acompañada también con una anhelada rebaja en las facturas del gas. Pero sin duda el descubrimiento más impactante es el alcanzado en la cumbre de los Veintisiete del pasado viernes. Ya se han quedado viejos aquellos libros de geografía de la EGB que aludían a la Península Ibérica, convertida ahora en una isla energética en el sur de la Europa continental.
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