e están empezando a notar, y mucho, en nuestro amado templo del cortado mañanero los efectos de las vacaciones, aunque nos hemos quedado con alguno de los más gritones y eso, quieras que no, compensa. La penúltima apuesta que han iniciado los viejillos me ha hecho hasta gracia. Hay tres posibilidades: antes de final de este año, en el primer semestre de 2022 o en el segundo. La pregunta es sencilla: ¿cuándo se va a producir la foto de la nueva ministra de la cosa de los trenes en Vitoria con las autoridades de turno y la promesa de lo bonito y chanchi que nos va a quedar la alta velocidad a su paso por la city? Nuestro querido escanciador de café y otras sustancias no me deja participar. Dice que puedo jugar con ventaja y que si nunca se ha fiado de un político, por qué lo va a hacer de un juntaletras. Aún así, como esta ciudad da para mucho, me tienen frito esta semana con eso de que se pueda comprar el edificio Ópera para ampliar el Principal. Y uno, que tiene paciencia pero hasta cierto punto, les responde lo mismo que con otros supuestos proyectos: ¿cuánto cuesta? y ¿quién pone la pasta? Si no hay respuestas con todos sus ceros y apellidos, el proyecto no existe. Es otro tren fantasma. Como el que llevamos soterrando más de 20 años y casi diez ministros.
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