yer fue el Día del Libro. Es el día de la esperanza en el ser humano, poca, escasísima, pero esperanza a pesar de todo, que falta nos hace. Precisamente, hace una semana se cumplían siete años del fallecimiento de Gabriel García Márquez. Él lo sabía, lo dejó escrito: "El mundo habrá acabado de joderse -dijo entonces- el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga". Quizá ya estemos en esas, qué sé yo. Si no se han asomado a Macondo háganlo, están a tiempo. Lo bueno de los libros es que nada te obliga, pueden atraparte o espantarte, puedes volver a ellos mil veces o abandonarlos para siempre. Quizá no les guste la obra de García Márquez, pues visiten a otros, no pasa nada. Yo entré en Cien años de soledad y caí. De García Márquez me encantan los inicios. "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Las grandes historias tienen brillantes comienzos. Pero mi favorito es el de Crónica de una muerte anunciada, desde el mismo título, spoiler por partida doble: "El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo". Brillantes comienzos para grandes historias.
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