pesar del cariño que le tengo a la ciudad donde mejor se tiran las cañas, el lugar que forjó su ecléctica personalidad acogiendo a miles de familias llegadas de todas partes, la gran urbe europea en cuyas calles la sencillez es la norma y el artificio y la soberbia la excepción, las elecciones a la Comunidad de Madrid no me incumben en absoluto y me interesan más bien poco. Como vasco, a mí me resbalan; supongo que en Pontevedra o Tarragona pasa algo similar, y tampoco entiendo por qué en La Gomera o Albacete, en Badajoz, en Huelva o en Nájera tienen que aguantar este bombardeo mediático que ya antes del sainete electoral me producía honda pereza y hastío, y que ahora me supera hasta el punto de no poder evitar entrar al trapo como inocente becerrillo. Es evidente que hay una estrategia bien pensada detrás de toda esta escandalera proyectada desde la Casa de Correos. Es tal la fuerza centrípeta liberada que arrastra a los más densos egos del panorama político español hasta la Puerta del Sol, agujero negro de inconmensurable masa que lo devora todo y que terminará por hacer que ya ni en Alpedrete, Navalcarnero o Mejorada del Campo les importen un huevo las elecciones de su propia comunidad, o bien que las confundan con unas generales. A lo mejor es esto lo que se busca.
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