ues ya me dirán. Hasta nueva orden, que llegará tarde o temprano, o me bebo las cañas en el interior del bar a la hora del desayuno o dejo el vicio, porque está comprobado que hacer el alarde de tomarse una cerveza en una terraza estos días puede ser sinónimo de pulmonía. Las reglas y disposiciones impuestas desde el LABI vuelven a poner su objetivo en la hostelería, a la que restringen con cierta dureza para contener lo que ya apunta a cuarta ola de la pandemia del demonio que, visto lo visto, más parece maremoto, dada la facilidad con la que el bicho está incidiendo de nuevo entre el personal. Pero, como diría aquel, así son las cosas. Entre las restricciones propias y las ajenas estamos dejando las costumbres de antaño hechas unos zorros. Y lo peor de todo es que no se ve aún la luz, ni siquiera, vacunas mediante, ya que la presunta velocidad de crucero que había adquirido el proceso de inmunización por estos lares no parece haber animado al personal. Me imagino que mi hartazgo solo es reflejo de la sensación que impera en una sociedad que ya está cansada de bandazos, prohibiciones, contradicciones legislativas e inoperancias variadas, que de todo abunda en la casa del Señor, y más, en este último año, en el que nos hemos retratado.
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