ebería empezar cantándoles por Juan Luis Guerra: Queridos trolls, dos puntos. No me hagáis sufrir, punto y coooma... Pero les he retirado la palabra, así que les cuento. He de confesar que fui muy fan suyo. De los trolls digo, no de Juan Luis -que también-. Me encantaba aquel perseguir por perseguir que se traían con David el Gnomo. Su rollito desaliñado, su despreocupación sencilla, casi bohemia. Anarquismo. ¡Nihilismo! Una gozada. Allí donde estés, ¡slitz vais, enano bienqueda! Vamos, que yo iba con los trolls. Pero ya no. Has cambiado, amigo mío. Antes molabas. Aún das por saco, sí, pero te has pasado al enemigo. Antes eras supertú, ibas a tu bola. Ahora eres uniforme, esclavo y esclavista. Creces haciendo sombra. Eres abusón, llorica, chivato y cobarde. Envenenas, entristeces. Y, ¿ven? Ha sido distraerme un momento y ponerme yo también a disparar. A un troll, vale. Pero merezco colleja, que por el camino le he salpicado un viaje hasta al pequeño David. Así que me acojo a Benedetti. Y con la mano en alto, juro defender la alegría como una trinchera. Del escándalo y la rutina. De la miseria y los miserables. De las ausencias transitorias, y de las definitivas. Hasta de mí. Como una bandera. Como un derecho. Cuándo no más en estos tiempos. Estáis avisados, trolls. Me declaro en pie de guerra.
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