econozco que asusta asomarse a la actualidad. Me he dado un garbeo informativo y me he tropezado con el descubrimiento de la mayor fuente de ondas gravitacionales registrada hasta la fecha. Siempre he pensado que hay mucho de poesía en la ciencia y, de hecho, opino que en estos tiempos de redes sociales y asepsia, de hipervelocidad y posverdad, de modernidad líquida, quizá la ciencia, la búsqueda de la verdad, el descubrimiento de nuevas fronteras del conocimiento, puede ser el último refugio de la humanidad entendida como naturaleza humana, como género humano. Vuelvo a la onda gravitacional, una onda invisible que se desplaza a la velocidad de la luz y cuya existencia fue postulada por Einstein en 1915 aunque solo detectada experimentalmente en 2015. Los científicos atribuyen el origen de la onda ahora detectada a la fusión binaria de dos agujeros negros, generando una energía similar a la de ocho masas solares. Según explican, esa fuente se encuentra aproximadamente a 5 gigaparsecs -una medida astronómica que equivale a 3.260 millones de años luz- de distancia, cuando el universo tenía aproximadamente la mitad de su edad actual. ¿No es alucinante? ¿No da una perspectiva totalmente diferente a esa actualidad de la que hablaba al principio?
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