Me encantaría hacer un poco de cachondeo con esto del coronavirus, por desengrasar un poco, pero confieso que no tengo ganas. Fundamentalmente porque la enfermedad se ha llevado la vida de personas y eso es suficiente motivo -debería serlo- para pensarse dos veces las cosas, por respeto a ellas, a sus familias y a todos, que al final todos estamos embarcados en esta historia. Y en esta histeria. No sé si hay algún modelo en psicología que defina ese comportamiento tan humano por el que, igual que al parecer, todos -o casi- llevamos dentro un seleccionador fútbol, llevamos dentro un sismólogo si hay un terremoto, un ingeniero aeronáutico si se accidenta un avión o, en este caso, un epidemiólogo. Así que ahí andamos estos días, propagando nuestras expertas opiniones sobre el covid-19, que van desde el pasotismo absoluto a la histeria absoluta. De hecho, algunos de los que pasan en moto y de los que se rebozan en plástico de burbujas fundamentan su discurso en el mismo hecho que consideran, por supuesto, incontrovertible: no tienen ni idea y/o nos mienten. En fin. La responsabilidad es un bien preciado, sobre todo en crisis como esta. Responsabilidad de todos, que no siempre es fácil de ejercer, pero que es el camino menos sinuoso.