En la Galicia caníbal, el Puerto Cruxeiras era el nudo gordiano, un muro que apenas alcanzaba 3 kilómetros, una colmena de paredes interpuestas para agitar a los mejores en el ocaso del día. Un foso repleto de vallas, con porcentajes altivos, chulescos. La media apuntaba al 9%, pero camuflaba rampas del 14%, del 15 % y del 20 %. Un puerto escaso pero explosivo, bronco. Campo minado para detonarse. Sobre ese polvorín, se encendió Primoz Roglic, que quiere el rojo pasión de la Vuelta, el que luce Ben O’Connor, deshilachado entre cuestas de nariz respingona y mentón prominente.
La bandera del australiano quedó a media asta tras entregar más de medio minutos sobre la rebelión que propuso el esloveno y a la que se encordaron Mikel Landa, Enric Mas y otros que presionaron en el puerto, donde el líder gesticuló impotencia. Padeció Landa, pero el mosquetón de Cattaneo le vínculo a Roglic y Mas, los más fuertes en ese tramo, que alteró el paisaje. Mostró la grietas del líder, aún con una ventaja onerosa.
Dispone O'Connor de 3:16 minutos respecto al esloveno y mantiene a Mas a 3:58 y a Landa por encima de los 4:30. En ese asalto, corto pero intenso, Carapaz también concedió un collar de segundos. Está a 4:10 del líder. Cruxeiras fue la cruz de O’Connor y el impulso de sus perseguidores, que perciben en O’Connor un líder vulnerable, entregado al equilibrismo.
Un funambulista. Se desgañitó el australiano tratando de contener a los rebeldes. Ese espíritu revolucionario también abrazó a Urko Berrade, estupenda su Vuelta, que activó la espoleta en la fuga. Ágil el pedaleo. Carlos Verona y Zana se engancharon al navarro.
Fenomenal Urko Berrade
Berrade no se arrugó ni un centímetro. La personalidad por bandera. Bravo por él. Buscó su opción en Cruxeiras, donde destacó. Se subrayó una vez más. No tiene miedo el iruindarra, estupendo de punta a punta. Soñó con ganar.
A Berrade le penalizó la magnitud y el nivel de la fuga, que se reunió tras los cortes de Cruxeiras para cicatrizar en Padrón, donde Eddie Dunbar, camuflado, brotó con fuerza para gritar su conquista. El estreno en una grande. Tras su liberador bramido vocearon los mejores, que no pretenden callar ante O’Connor, al que arrinconaron y le mandaron al rincón de pensar.
Había orgullo en la fuga, como en los Cantares gallegos de Rosalía de Castro, la obra poética culmen del Rexurdimiento de las letras gallegas del siglo XIX. La escritora prestigió la literatura gallega, la colocó en el mundo como lengua literaria e impulsó el uso del gallego. La obra también tuvo un gran impacto sociopolítico porque en la misma, además del costumbrismo, se hacía referencia a las pésimas condiciones de vida de la Galicia rural.
No era un asunto de mero folclore y tradiciones. La autora defendió, dio a conocer y reivindicó a la cultura e identidad gallega desde Padron, donde rodaba la Vuelta en un circuito promovido por una empresa. Tenía cierto aire el montaje de las carreras de caballos de Ascot.
Bloqueo de la carrera
La segunda trama del serial gallego festejó una fuga numerosísima en un territorio de clásicas sin un palmo de sosiego, ideal para lanzar la Vuelta. Se dispararon unos y otros, como si les escupiera una ametralladora, hasta conformar una escapada que representaba el 25% de las sociedad de la carretera. Se abstuvieron del movimiento los nobles, prensados por el fuelle de acordeón que abrió la muchachada de O’Connor a modo de barrera vergonzante.
Un muro de centinelas que le afearon a más de uno que tratara de buscar la fuga después de que se hubiesen ido tantos dorsales persiguiendo el viento de la libertad. La presión, la coacción y el señalamiento de los métodos mafiosos. No es nada personal, son solo negocios. Bloquearon la carrera, algo ilegal según el reglamento. Sancionaron a varios de los ciclistas del Decathlon al término de la etapa por la maniobra.
Sucede que es una acción promovida y repetida, según la conveniencia, por los propios ciclistas, así que no hubo ni una queja. La imagen fue vergonzosa. La acción, contraria a cualquier lógica competitiva, retrató los usos y costumbres del pelotón, un reino de Taifas en sí mismo. Impresentable. Se adultera la competición. Por ese bloqueo se fue al suelo Carapaz.
Alejados de ese foco de polémica, la fuga, ventruda, era un babel, un pandemónium mediada la etapa. Los que escaparon tenían deseo, les latían las ganas. Por detrás, las piernas colgaron de la percha de la indiferencia. Fijó el líder un caminar espeso, sin alegrías, templado. Un traqueteo. El trantrán.
Pendientes de Cruxeiras
Pendientes los aristócratas del futuro, de sus augures, del muro de Cruxeiras. Un observatorio. Una mesa de autopsias con vistas a Madrid. En las distancias cortas peleaban los fugados en carreteras secundarias que vigilaban los árboles, numerosos los eucaliptos, la especie que tanto arde. En un terreno fogoso, que mordía, que laceraba, entre los huidos estaban Ion Izagirre, Berrade, Ibon Ruiz y Xabier Isasa.
En ese velódromo de la naturaleza, Xandro Meurisse quiso ser el Van Aert de la víspera y dejó al resto. Soñaba con un imposible, con revertir la inercia. El sentido común. Él solo contra el pelotón de la fuga. El otro, donde cohabitaban los nobles, simulaban cierta dignidad después de los manejos feos. La etapa respiraba en dos frentes absolutamente definidos. Un par de burbujas. Compartimentos estancos.
A Meurisse se le agotó la antorcha de la aventura porque sus perseguidores elevaron la tensión. Cargaron más vatios para desconectar al belga. Cruxeiras era la cota en la que catar las poses y las fuerzas.
Allí sobresalió el mejor perfil de Berrade antes de que se difuminara en el tobogán hacia Padrón, donde gritó Dunbar de alegría y los nobles aplaudieron la herida del líder, sometido. En la Galicia caníbal, mordieron al australiano, sufriente. Hecha la cruz, O’Connor se tambalea.