Los algoritmos del sentido común sugerían una jornada similar a la del día precedente por eso de no perder la costumbre en el pelotón muy dado al orden, contrario al caos y el desgobierno. No hacía falta un oráculo, ni visionarios, ni bola de cristal para adivinar el futuro, que era pasado: un final al esprint tras una kilometrada serena.
La historia tiende a repetirse viciada por el comportamiento humano, proclive a la repetición. Nelson Oliveira, portugués, vecino de las tierras que recorría la Vuelta en el cierre del tríptico luso, avanzó que lo “normal es que se llegue al esprint”.
En Castelo Branco aleteó Wout Van Aert la dicha de la victoria. Así festejó su tercer triunfo del curso. El líder gobernó ante Kaden Groves y Jon Aberasturi, excepcional su tercer puesto, solo por detrás de dos gigantes. El esprinter gasteiztarra subrayó la genial actuación del Euskaltel-Euskadi, formidable de punta a punta. Protagonista en la fuga y en el remate.
“Era un final que se hacía duro. Picaba todo para arriba. He tenido que esquivar y remontar. Me he quedado cerca de la victoria. A ver si estamos cerca de ganar otra vez”, expuso el velocista. El naranja fosforito se adentró hasta el alma de la Vuelta. Brilló.
El rojo pasión, el del líder, señaló la toma de Castelo Branco. Rey de la Vuelta, Van Aert quebró el maleficio que parece esposarle en una campaña dolorosa desde su caída en A Través de Flandes. El belga recompone su triste figura en la Vuelta. Fue tercero en la crono inaugural, segundo tras Groves la víspera y feliz vencedor en Castelo Branco. 3,2, 1. Contacto.
Ganador nato, Van Aert encontró alivio en la Vuelta en un curso extraño, alejadísimo de sus estándares. Portugal le sienta bien a Van Aert. En la Vuelta al Algarve logró su primera victoria de la campaña. Conquistó más tarde la Kuurne, pero su temporada se desmoronó con la caída en la clásica belga.
La Vuelta sana a Van Aert
Astillado, la Vuelta está sanando al belga, que ha cambiado la mueca por la sonrisa en tres días. Su comienzo de carrera sirve como proceso curativo. Disfrutada la victoria y el liderato, la carrera tomará otra dirección en el Pico Villuercas. Van Aert dará paso a los jerarcas que miran a Madrid. La nobleza salvó la jornada sin incidencias.
El relato de la etapa estaba apuntado por un guion sólido, blindado por los manejos del gran grupo, que deletreó sus postulados de inmediato. Libertad para los descamisados cuyo premio es el viaje, no el destino, reservado para los pudientes.
Con esa lógica, se formó una fuga bendecida por las altas instancias. Se emparejaron Luis Ángel Maté, de nuevo escapado, con Xabier Isasa, debutante, del Euskaltel-Euskadi e Ibon Ruiz, repitiendo rol, y Unai Iribar, novicio, del Kern Pharma.
Protagonismo vasco
Representantes todos ellos de las dos formaciones invitadas. Condescendientes los tribunos, el mecanismo se puso en marcha de inmediato. Fuga consentida y sentenciada.
El cuarteto se disparó hacia su Vuelta: la de ganarse planos, tener protagonismo y retener a la cámara en un travelling de kilómetros. En cuanto alzó la mirada la carrera, los ojos apasionados de Maté, Isasa, Ruiz e Iribar mordían el asfalto.
A ellos trataron de encolarse algo más tarde Campenaerts, Küng y Asgreen. Rodadores excepcionales los tres. Demasiados vatios juntos. Un nido de problemas. Una unión de ese rango estaba prohibida.
No les dejó el pelotón, al que le gustan las fugas yo-yo, pero detesta la de ciclistas capaces de poner en jaque el orden establecido. Una rebelión estaba descartada. Apagaron el conato de incendio de inmediato, en cuanto prendió la chispa.
Que en el horizonte se perdieran las casacas naranjas del Euskaltel-Euskadi y las verdes del Kern Pharma no les importaba. Darían color al paisaje, a las carreteras infinitas que crecen con el calor, que se estiran, molestas. Le dieron aire, caliente, a la cometa.
El sopor dirigía la diligencia de los mejores, que pensaban en Pico Villuercas, el bautismo de montaña de la Vuelta después de la despoblada aventura portuguesa. Tomó vuelo la fuga como un globo aerostático en un día espeso, denso el calor, plomizo. El mercurio bailaba sudoroso por encima de los 35 grados.
Fenomenal Xabier Isasa
La Vuelta es un crematorio en agosto y más si se enrosca en latitudes calurosas. Las bolsas de hielo en los cogotes se celebraban como un gol en el último minuto. Un alivio extraordinario. Mi reino por una vaso de agua. Cuando el calor, bochornoso, todo lo pinza es difícil saber si el tumbao pausado es mejor que en una huida hacia delante para encontrar refugio.
En esas coordenadas, Maté puntuó en el Alto de Teixeira. Rey de la montaña. Un tesoro. Cada onza de protagonismo es un festín para los dorsales que honran el ciclismo a través de la dignidad.
Los cuatro se entendieron de fábula. Cooperaron en cada pulgada por el bien común. En el pelotón gobernaba la calma. Van Aert, de rojo, agarró unos puntos en el esprint intermedio. Un modo de quitarse óxido. Restaba la ascensión al Alto de Alpedrinha. Maté, Isasa, Ruiz e Iribar tocaron la cima.
Isasa brotó con energía y dejó al resto de sus compañeros. Llanero solitario para romper el tedio de otro día balanceando en la hamaca de la intrascendencia. Fantástico su esfuerzo. Su aventura finalizó a 20 kilómetros de Castelo Branco, donde tomó el belga tomó el castillo al asalto. Una sonrisa se desplegó con sus alas. Van Aert recupera el vuelo.