YA sabía que, al término de sus tres fructíferas legislaturas, al lehendakari Iñigo Urkullu no le aguardaba un puesto de campanillas con sueldazo adosado en alguna gran compañía cotizada. Y no porque su experiencia de gestión -¿a cuántos másteres de postín equivalen doce años llevando las riendas de un país?- no le hiciera idóneo para un cargo así, sino porque no me cuadraba en absoluto con su carácter. Como también tenía claro que el de Alonsotegi no es hombre de quedarse quieto a ver pasar los calendarios, imaginaba que buscaría un quehacer para después de entregar la makila que tuviera que ver con su personalidad -la vocación de servicio, por delante- y por las cuestiones que más le motivan como individuo y como dirigente político. Mis apuestas eran dos y se repartían casi al 50 por ciento. Tenía que ser o bien algo relacionado con la memoria histórica y democrática, donde ha dejado alma, corazón y vida desde que era un recién afiliado a EGI, o una entidad para seguir arraigando el papel de Euskadi en el mundo y, particularmente, en Europa.
Gracias a los diarios del Grupo Noticias, que lo avanzaron ayer en exclusiva, sabemos que Urkullu se ha decantado por esta segunda opción. Ya hace unos meses empezó discretamente a tejer los hilos de Bask-Atlantik Fundazioa, un ente, por supuesto, sin ánimo de lucro que, con la colaboración de importantes empresas y personalidades de relieve del país trabajará para que Euskadi siga teniendo su lugar en el planeta y, a la inversa, el planeta en Euskadi. Lógicamente, con nuestro entorno inmediato, la fachada atlántica y esa macrorregión por la que tanto luchó desde Lakua, como marco preferente de referencia. A falta de conocer más detalles, estoy convencido de que junto a los objetivos materiales (economía e infraestructuras) se pondrá el acento en los filosóficos, como la profundización del sentimiento europeo y, desde luego, la lucha contra los populismos que nos amenazan. Que sea para bien.