Resulta altamente inquietante el lema del partido de Marine Le Pen: “Comienza la alternancia”. Bastante más, cuando esta vez no se trata de un farol, pues la frase viene avalada por la primera victoria de la extrema derecha francesa en unas elecciones legislativas.

¿Se consumará en esta ocasión lo que se lleva anunciando durante las últimas cuatro décadas, ya desde los tiempos del padre de la dirigente ultraderechista? Ella parece estar muy segura, pero el mecanismo alambicado de la segunda vuelta podría dejarla con la miel en los labios.

Y, con más motivo, si el resto de las fuerzas que dicen querer evitar a toda costa un gobierno ultra juegan bien sus cartas. Habrá que ver los movimientos en este sentido de cara al domingo.

Mirando a más largo plazo, siempre que Reagrupamiento Nacional no consiga mayoría absoluta, deberá estudiarse la posibilidad de una gran coalición que impida que Jordan Bardella tome las riendas del Ejecutivo.

Más que consignas

Pero incluso aunque este thriller no acabe en la catástrofe que se teme, será perentorio ver el modo de achicar los espacios de la extrema derecha.

Desde luego, no parece que la estrategia pase por voluntaristas manifestaciones de protesta como las que vimos el pasado domingo en París y en otras localidades francesas nada más conocerse los resultados.

Ya no es solo porque dé la impresión de que se está poniendo en cuestión la esencia de la democracia representativa, que es aceptar lo que deparen las urnas. También porque a lo largo de los años se ha comprobado la total inutilidad de unos actos que se quedan en poco más que pataletas.

Escribí aquí (y ayer lo escuché de labios de un destacado dirigente de la izquierda soberanista) que al fascismo no se le combate a base de consignas. Los eslóganes aguerridos no hacen ni cosquillas a los destinatarios, que incluso crecen y se crecen al escucharlos.

El trabajo que no se ha hecho es tratar de rescatar a los miles de votantes que han terminado apoyando las opciones populistas no porque estrictamente compartan sus ideas sino porque sienten que las otras siglas políticas les niegan sus problemas.