En lo puramente comunicativo, las circunstancias sobrevenidas hicieron que el pasado jueves no fuera el mejor día para presentar el Pacto Vasco por los Cuidados. El anuncio de la convocatoria electoral para el 21 de abril eclipsó cualquier otra noticia, incluso una de tanto calado como esta que me da pie a las presentes líneas. Y cuando utilizo la expresión “calado”, que es uno de los recursos facilones del repertorio de los que nos dedicamos a contar y analizar la actualidad, lo hago esta vez en sentido literal.

Que está muy bien que nos liemos con la amnistía, la última ayusada, la desvergüenza del tal Koldo y su acorralado jefe Ábalos o lo que toque en el menú del día, pero si descendemos a pie de parada de autobús, comprobamos que la gente corriente y moliente tiene otros motivos, no ya de preocupación, sino de angustia. Y uno de los más gordos es cómo ocuparse de las personas dependientes de su entorno, principalmente, las y los mayores.

Por eso mismo, celebro que las instituciones vascas y muchas de las organizaciones cívicas que trabajan en primera línea hayan alcanzado este acuerdo para un futuro pacto -no vendamos cántaros de leche todavía no ordeñada- que recoge aspectos de música y letra extradordinarias. ¿Quién va a estar en contra de mejorar la calidad del empleo en el sector, garantizar los derechos de quienes cuidan y de quienes son cuidados o de promocionar la igualdad de género en los cuidados? Nadie... siempre y cuando, añado por mi muy mejorable experiencia personal en el asunto -hace diez años con mi ya fallecida madre; hoy, con mis suegros- las buenas intenciones se conviertan en hechos contantes y sonantes. Como no me chupo el dedo, sé que la izquierda soberanoide y sus terminales sindicales se han hecho, previo pago vía caja de resistencia, con el monopolio reivindicatorio de la causa. Hay que impedírselo.