Más allá de la escalofriante cifra -440.000 víctimas de abusos sexuales a manos de religiosos en el conjunto del Estado-, del informe del Defensor del Pueblo sobre casos de pederastia en la Iglesia católica me ha provocado un escalofrío el mapa que ofrece en diferentes tonalidades de azul el número de abusos comunicados a la institución que dirige Ángel Gabilondo. A mayor intensidad del color, mayor cantidad de abusos registrados. Y ahí nos encontramos que Euskal Herria -con la excepción de Araba- aparece en un desazonador azul oscuro que solo supera Madrid. Que no se nos olvide que nuestra tierra no solo no está libre del estigma, sino que va, tristemente, en las posiciones de cabeza.
Con todo, cometeríamos un error si lo reducimos todo a números. Mucho más si, como es el caso, se trata de una proyección estadística. Es verdad que quizá no esperábamos semejante cantidad de casos, pero también que teníamos claro que ha habido decenas de miles de personas que han sido abusadas en el ámbito clerical. ¿Quién no tiene uno o varios casos cerca, incluso muy cerca?
Ahora toca la reparación
Escribo “ahora”, pero en realidad vamos muy tarde. No hay más que escuchar a los representantes de las asociaciones de víctimas que denuncian que la Iglesia no ha dado más que pasos cosméticos de cara a la galería. Si nos ceñimos a la jerarquía eclesial española, es verdad que, forzada por la opinión pública y -justo es reconocerlo- por la presión del Papa Francisco, tiene en curso una investigación que ha dado muy pocos frutos en cuanto al reconocimiento de los daños causados (hay que ponerlo en plural) y menos todavía respecto a la reparación de las víctimas. Quizá las instituciones terrenales -lean gobiernos- podrían/deberían dar un empujón.
Al hilo de este informe, nos sale al encuentro otra realidad demoledora, que también se recoge en el documento. Los datos ofrecidos se circunscriben al ámbito de la Iglesia católica, pero si los extrapolamos al resto de la sociedad nos encontramos con más de cuatro millones de víctimas de abusos sexuales durante su infancia. Es algo que merecería una causa general. Y lo peor es pensar que se siguen produciendo.