El presidente del Partido Popular de Navarra se jactaba ayer en una entrevista radiofónica de la reciente llegada a sus filas de más de un centenar de personas procedentes de otras formaciones políticas. Obviamente, Javier García no se refería a militantes de a pie que rompían su carné anterior porque sentían, según la famosa expresión de Millán Astray, que ya habían dejado de ser “de los nuestros”. Qué va. Esta curiosa avalancha migratoria hacia la franquicia foral de Génova —que siempre ha sido una excrecencia— está protagonizada por menganos y menganas que, ante la perspectiva de perder su cargo, su carguillo o su carguete, han salido por piernas hacia un lugar en las listas que les facilite otros cuatro años de chupar de la piragua.
En el caso reseñado, la mayoría de los que se abrazan a la fe gaviotil proceden —siguiendo la estela de los maestros García Adanero y Sergio Sayas— de UPN. Pero, como ocurre en el resto del estado, no faltan los huérfanos de Ciudadanos que tratan de regresar a la nave nodriza a la procura del sustento. Que el tal García se felicite por que su fuerza sea receptora de tanto superviviente de aluvión nos da la medida de su forma de entender la política como una cuestión en la que los principios son accesorios. Pero tampoco lo culparemos a él en exclusiva. Volvemos a estar ante un asunto en el que, depende de quién sea el protagonista, hablamos de tránsfugas despreciables o de personas íntegras del copón de la baraja. Ahí tienen a Carla Antonelli, que después de ver que no tenía futuro en el PSOE, ha fichado por Más Madrid y le han dado un puesto en las listas que le asegura salir.