HAY aniversarios que pasan de puntillas. En estas líneas les rescato del semiolvido uno. Tal día como ayer hace un año, la Casa Real de Marruecos, siguiendo una coreografía previamente acordada con Mocloa, filtró la patética carta en la que Pedro Sánchez se postraba de hinojos ante Mohamed VI. En un pésimo francés que fue objeto de chifla y rechifla, el presidente del gobierno español consumaba su traición al pueblo saharaui retirando su respaldo al eternamente aplazado referéndum de independencia mandatado por la ONU y expresando el apoyo a la propuesta de Rabat de convertir en región autónoma los territorios ocupados y sometidos por la fuerza.
Casi como parodia del célebre final de Casablanca, la histórica claudicación pretendía ser el principio de una gran amistad entre España y el antidemocrático régimen alauí. Aunque se habló de ventajosos acuerdos comerciales y de colaboración en varios ámbitos, a nadie se le ocultaba que el auténtico precio del vergonzoso cambio de chaqueta consistía en que Marruecos dejaría de usar como carne de cañón a los migrantes que enviaba en oleadas perfectamente sincronizadas. Ni tres meses después, asistimos a la matanza de la valla de Melilla, perpetrada en buena parte por la policía de Mohamed ante el inaudito aplauso del propio Sánchez y de su ministro de Interior, Grande-Marlaska, manchado desde entonces por la injusticia que se empeña en no reconocer. Todo, mientras siguen llegando pateras, ahora especialmente a Canarias, y después de que el sátrapa dejara tirado al jefe del Ejecutivo español en la última gran cumbre bilateral. Menudo negocio.