¿A finales de julio, en serio?

– Me van a perdonar que les venga un 29 de julio con una historieta de pupitres, encerados, diseños curriculares y exámenes. Tremendo perezón, de verdad, pero aquí cabe aplicar el clásico: la actualidad manda. Y vaya usted a saber por qué el ministerio que encabeza la recién investida portavoz del PSOE, Pilar Alegría, ha escogido estas fechas caniculares para soltarnos la bomba de la nueva Selectividad, que es como seguiremos llamando hasta dentro de dos siglos a lo que técnicamente recibe el nombre de EVAU o EBAU, que también tiene su chirigota que no quede claro si es con v o con b. Al final, es la reproducción a escala del prodigio que nos venden: qué más dará una letrita u otra, si lo que importa es que la chavalería no sufra demasiado y se sienta empoderada para autodeterminarse también en la ortografía, ese constructo burgués y fascista. Y hasta aquí (espero) las digresiones. Hablemos del engendro. O sea del cojoproyecto.

Filtrado, claro

– De entrada, es difícil no apuntar una obviedad. Siguiendo la inveterada costumbre monclovita, la cosa se le ha filtrado primero a El País, sin que las autoridades educativas de cada comunidad tuvieran pajolera idea de qué iba la vaina. No deja de ser un puñetero chiste malo, cuando cada gobierno autonómico tiene las competencias en materia educativa. Pero al final, da igual Wert, Celáa o Alegría, el joío jacobinismo recentralizador triunfa y Madrid impone sus matracas. Por lo que nos toca más de cerca, el consejero navarro, de obediencia ferraziana, ha silbado a la vía. El de la CAV, Jokin Bildarratz, ha echado el par de cagüentales mínimos que requería la ocasión. Y el tolosarra tiene más razón que un santo. No es de recibo que una vez más haya tenido que enterarse por la prensa de lo que debería habérsele comunicado en tiempo y en forma. Menos mal que el PSOE es aliado.

Tirar millas

– Claro que tampoco hay que hacerse mala sangre. Lo anunciado a bombo y platillo debe entrar en vigor en 2026. Échenles un galgo a Sánchez y a la ministra para entonces. A poco que lo que apuntan las encuestas y las pituitarias sea cierto, antes de noviembre del año que viene, el mesías Feijóo sentará sus reales en Moncloa y lo primero que hará, siguiendo la costumbre, será la enésima ley de educación. Esta reformilla de la reformilla quedará en papel mojado y, en lo básico, volveremos a lo de siempre: un sistema que no funciona pero que va tirando millas al terrible precio de ir despachando a la vida real unas generaciones cada vez peor preparadas para hacer frente a lo que les espera más allá de las aulas. l