- Es indudable que Mariano Rajoy pasó ayer un mal rato durante su comparecencia ante la comisión del Congreso de los Diputados que investiga (o así) la trama Kitchen. Algunos de sus interpeladores se emplearon con la rudeza no ya del incisivo buscador de la verdad sino del coleccionista de momentos para Twitter y los telediarios. Esa es, no nos engañemos, la única finalidad de estas pirotecnias parlamentarias: el lucimiento de los que preguntan y el padecimiento de quienes responden en calidad de representantes del marrón que supuestamente se pretende esclarecer. Y ya digo que el reintegrado a su plaza de registrador de la propiedad tuvo que sudar durante el tiempo en que se enfrentó al interrogatorio de sus señorías.
- Que nos vaya quedando claro, en todo caso, que esos minutos incómodos junto a su presencia en algunos titulares espinosos es el único precio que va a pagar por su presunta (hay que decirlo así, manda huevos) relación con el operativo parapolicial que tenía como objetivo robar a Luis Bárcenas las pruebas sobre las diversas corrupciones del PP que guardaba en su domicilio. En la pieza judicial, que es la que va a misa (si es que acaba yendo), Rajoy ha quedado librado prácticamente del todo. Solo un inesperado giro de los acontecimientos le acarrearía alguna responsabilidad. Aunque se nos pongan los ojos como platos, según los instructores del sumario, el que era presidente del Gobierno español y del PP no tuvo ningún conocimiento de una trama que se orquestó y ejecutó en sus mismas narices por personas de su máxima confianza y con medios sufragados por las arcas públicas. Digamos, en el mejor de los casos, que era un incompetente que desconocía lo que estaba haciendo su gente, no se olvide, para su beneficio.
- Pero si han tenido un rato para leer la crónica de la comparecencia en este mismo diario, ya sabrán que Rajoy se acogió al clásico comodín: "No sé, no me consta". Incluso se permitió presumir de no haber tenido trato con el rey de las cloacas, el comisario José Manuel Villarejo, con el que sí intimaron, señaló, destacados militantes del PSOE, empezando por el hoy mitificado Alfredo Pérez Rubalcaba y siguiendo por la fiscala general del Estado, Dolores Delgado. Razón no le faltó, aunque sí le sobró cinismo, porque si quizá es cierto que jamás se viera jeta a jeta con Villarejo, una de sus dos manos derechas de entonces, María Dolores de Cospedal, despachaba frecuentemente con el inefable policía. Está por ver que sea ella quien acabe pagando el pato. Yo apostaría a que no.