- Siempre he sostenido que la única función de una monarquía en el siglo XXI es procurar momentos de entretenimiento a sus pretendidos súbditos. Y en ese sentido, es indiscutible que la española cumple con creces el cometido. No pasa una semana sin que sus miembros, y particularmente uno, se enreden en episodios que regalan alpiste a los medios y, en el mismo viaje, materia facilona para el goce del populacho. Llegará el día, de descuajeringue en descuajeringue, en el que chiringuito acabe de venirse abajo y alumbremos la ansiada tercera república española o la no menos ansiada por estos pagos primera república vasca. Ojalá sea más temprano que tarde, pero si me perdonan la exhibición impúdica de cinismo, hasta que llegue ese feliz instante, propongo moderar el encabronamiento por la injusta y anacrónica pervivencia de la institución y disfrutar de los sucesivos espectáculos que nos sirven en bandeja.
- Como ya estarán al corriente, el último que cuenta como protagonista al rey emérito tiene como escenario el Reino Unido. Aconsejada vaya a usted a saber por quién, su antigua amiguísima especial Corinna zu Sayn-Wittgenstein, también conocida como Corinna Larsen o Corinna a secas, ha denunciado ante la Alta Corte de Justicia británica a su excariñito por acoso. Y no crean que se trata de enviarle guasaps o llamarle por teléfono a deshoras, que ya sería muy grave. La nombrada a veces como aristócrata y a veces como empresaria acusa al Borbón mayor de someterla a una persecución sin cuartel por tierra mar y aire, incluyendo difamaciones y amenazas a su seguridad, por haberse negado a devolverle los 65 millones de euros que transfirió a su cuenta en 2012. Ella asegura que fue un regalo y él dice... Bueno, realmente no dice nada porque si lo hiciera, se estaría metiendo en un embrollo mayor del que ya lo tiene sudando tinta china.
- Tirando de tópico, habrá que decir que la pelota está en el tejado de la Justicia británica, que antes de entrar en materia, deberá decidir sobre la alegación del atribulado residente temporal en Abu Dabi. Sostienen los picapleitos del tipo que al ser miembro de la Casa Real (algo que está por ver) gozaría de inmunidad e inviolabilidad plena. Tiene bastante pinta de que, salvo apaño al estilo de los que ya se han dado en las diferentes instancias judiciales españolas, eso no va a colar. Hay un plazo de dos meses para tomar la decisión, pero el simple hecho de que la cuestión sea noticia justo ahora le joroba al individuo sus planes para volver por Navidad como el célebre turrón.