- Empecemos por lo obvio. Nadie en su sano juicio puede considerar una mala noticia que el colectivo ortodoxo de los presos de ETA anuncie el final de los homenajes a los reclusos que vuelven a sus casas tras muchos años de cárcel. Otra cosa es que sea de recibo el subidón celebratorio al que estamos asistiendo por una decisión que llega tarde y mal. Pero no un día, una semana, un mes o un par de años tarde. Hablamos de décadas de escarnio no solo (aunque sí en primer lugar) a las víctimas, sino a la parte ampliamente mayoritaria de la sociedad que jamás verá nada absolutamente heroico ni homenajeable en unos tipos que han mandado a la tumba a una, dos, cinco, diez o hasta treinta personas. Se retratan los que pretenden que debemos postrarnos de hinojos por esta aportación del carajo de la vela a la convivencia, la reconciliación y todas esas palabras que gastan los engrasadores habituales de parte.
- No voy a negar, faltaría más, que en el comunicado que estamos glosando, se apunta, en plan caída del caballo camino de Damasco, que quizá los jolgorios a la salida de prisión pueden molestar a las víctimas. Pero nos ha jorobado mayo con los flores. Durante lustros nos hemos dejado la garganta clamando contra tal evidencia. La menos mala de las respuestas que se nos daba era que tampoco había mala intención, pues únicamente se trataba de la humana alegría del entorno inmediato de los terroristas al poder volver a abrazar a sus seres queridos. Hoy, como siempre al humo de las velas, con una demora infinita, parece reconocerse que, leñe, quizá hubiera procedido haber sido más discreto en los recibimientos. De hecho, se aboga literalmente por acogidas de puertas hacia adentro y "en el espacio privado de los allegados". Cuánto, cuantísimo dolor, habríamos evitado si absolutamente siempre hubiera sido así.
- Lo próximo será comprobar que las palabras se convierten en hechos. Tengo pocas dudas de que será así. Por desgracia, no porque crea en la profunda y sincera reflexión ética que hay detrás del anuncio, sino porque me consta la férrea disciplina, rozando la sumisión, que se gasta en las filas en cuestión. No habrá un par de narices a desafiarla; el que se mueve no sale en la foto y es un traidor. Estamos una vez más ante una decisión trazada con escuadra y cartabón por motivos puramente estratégicos. Tápense también los heraldos de la contraparte que dicen celebrar la victoria de las víctimas. Seamos, en todo caso, cínicos y pragmáticos. Nos vamos a ahorrar unas cuantas humillaciones.