Otro caramelo para las plumas diestras. Un diputado con rastas y de Podemos (o de Podemos y con rastas, tanto monta) ha sido condenado por el Tribunal Supremo a un mes y medio de cárcel por haber propinado una patada a un policía. A mí, Sabino, el pelotón, que los arrollo…

"El club de fans del «pateapolicías»", titula La Razón su segundo editorial. A partir de ahí, imaginen la bencina que lleva la letra pequeña: "Lo peor no ha sido descubrir que algunas de sus señorías no son tales, y que las instituciones albergan en sus tripas sucedáneos de matones que parasitan la sociedad, sino que voces destacadas del Ejecutivo eleven a los altares del servicio público a personajes como Alberto Rodríguez y peores. La vicepresidenta Yolanda Díaz mostró su «solidaridad» con el condenado y avanzó la estrategia de defensa con aquello de que hay recursos y un voto particular... de dos de los siete magistrados. Ni mención del policía pateado por el ejemplar de comunista que esperemos no vuelva a pisar las Cortes".

En ABC, Jesús Lillo se ocupa del asunto en una columna que empieza hablando de los perros a cuenta de la ley de protección animal. Agotadas las gracietas, la garrota se dirige a Rodríguez y, en el mismo viaje, a cualquiera que no comulgue con los partidos de orden. Son todos, dice Lillo, unos matones: "Es ver por la calle a alguien de uniforme y entrarles por el cuerpo un cosquilleo libertario que les activa las piernas y termina en patada. Condenado por el Tribunal Supremo por atentado a la autoridad, Alberto Rodríguez no solo pretende quedarse sentado en su escaño, sino que, como los del problema de convivencia con subtítulos en castellano, se hace el ofendido y el perseguido, denuncia una campaña de criminalización y proclama -solo o en compañía de otros, todos a una- su dignidad y compromiso social".

Sin elevar tanto la voz, Pedro J. Ramírez deja también su recadito en un editorial de El Español titulado "Podemos y su guerra contra el Estado de Derecho". Son una docena de párrafos que quedan resumidos en este: "Una cosa es que desde Unidas Podemos opinen que Rodríguez es inocente o que interpreten que agredir a un policía no merece su inhabilitación durante mes y medio. Pero otra muy distinta es que sostengan que en España, una democracia bien distinta a aquellos regímenes que la extrema izquierda tiene como referente, haya persecuciones ideológicas".

Dos rancios requetemonárquicos, a piñón con el emérito 'inocente'

Ya recogimos aquí mismo ayer algunas loas arrebatadas a la inocencia de Don Campechano Primero. Hoy presentan las suyas dos de los más egregios besadores de pies reales. Empiezo copiando y pegando un fragmento de la encendida qìeza que firma Luis María Anson en La Razón: "Los fiscales independientes han llegado a la conclusión, tras dos años de voraces investigaciones, de que no existen pruebas suficientes para encausar a Don Juan Carlos, el Rey que ha encarnado uno de los cuatro grandes reinados de la Historia de España junto a los de Carlos I, Felipe II y Carlos III. La maniobra alimentada hasta la náusea por el periodismo amarillo ha emporcado la imagen del Rey padre, ha fragilizado la Institución monárquica y, sobre calumnias, falsedades, insidias, bulos y rumores, ha hecho un daño en muchos aspectos irreparable. Algunas cámaras de televisión se han acercado, como si del Papa se tratara, para recoger, una y otra vez, las palabras de cierta hetaira despechada y de un policía encarcelado por presunta corrupción".

Puede que hayan adivinado que el otro antirrepublicano irredento del que les hablaba arriba es Alfonso Ussía. En uno de los chiringos digitales cavernarios en que evacua sus ocurrencias empieza definiendo así al fugado: "El mejor Rey de España desde Carlos III. El Rey de la libertad, de la Constitución, de los Derechos Humanos, de la reconciliación y el gran impulsor del prestigio - hoy desaparecido-, de España en el exterior". De ahí saltamos al enternecedor párrafo final: "Tiene 83 años, que es una edad de riesgo, y me asusta pensar en las malas conciencias que devastarán a muchos si, por causas naturales, el destino le condena a no volver a España. Las lágrimas de la mala conciencia son las más amargas". Qué pena nos da.