Maialen Chourraut ha hecho historia en el canal de Kasai. Con su medalla de plata en piragüismo K1 se ha convertido en la primera deportista vasca que encadena tres preseas olímpicas. Nadie antes lo ha conseguido. Y muy complicado lo tienen los que vendrán. Sin embargo, lo primero que hizo la palista de Basque Team cuando terminó su descenso en la final fue localizar a la cámara que estaba emitiendo en directo y lanzarle un sinfín de besos. La destinataria de tanto amor era Ane, su hija. Y es que la palista guipuzcoana miró de reojo el tiempo que había conseguido, un crono que le valía la plata olímpica; pero lo que realmente le importaba era saber si su retoño estaba bien. Si Ane era consciente de lo que su ama había conseguido. De por qué se había ido a tantos kilómetros de distancia. “Estoy lejos de Ane y estoy deseando verla, darle un beso... Estoy deseando coger mañana un avión y poder abrazarla”, explica Chourraut aún con la plata al cuello.
Porque cuando la deportista de Basque Team logró su primera medalla, ese lejano bronce en Londres 2012, se metió en otra aventura: la de ser madre. Y desde entonces Ane y su marido y entrenador Xabier Etxaniz le acompañan a todas las pruebas. A las más importantes y a las menos. Así, su familia siempre ha estado junta. Unida. En el momento cúlmine de su carrera, esa presea dorada en los Juegos de Río, su hija estuvo en las gradas del canal brasileño. Tenía tres años y se ganó con su desparpajo e inocencia ser el centro de todas las miradas. El objetivo de todos los focos. Pero hoy, cuando Chourraut hacía historia con la plata, Ane, ya con ocho primaveras, no estaba en Tokio. La organización nipona decidió que en la villa olímpica no estuvieran ni familiares, ni amigos. Nadie excepto los deportistas. Así que la hija de Chourraut se quedó en Gipuzkoa, en casa. Por primera vez, la familia se separaba. “Gracias a todos los que están allí y han hecho piña entorno a Ane porque para ella también será duro estar a tantos kilómetros de sus padres. Por eso esta medalla ha sido muy dura, pero es un sueño cumplido. No me lo creo”, agradece la lasartearra.
Y es que en las vitrinas de Chourraut no hay ni un solo hueco libre. El palmarés de la de Basque Team es tan extenso como envidiado. Oro en Río, plata en Tokio y bronce en Londres. Campeona Europea en 2015, segunda en 2014 y 2017. Plata mundial en 2009 y bronce en 2011. Pero a pesar de todos esos títulos, la guipuzcoana se siente “afortunada, pero no por las medallas, sino por la gente que me rodea”. De hecho, Chourraut es poco dada a exteriorizar sus emociones. Es tímida y reservada. “Hasta un poco seca a veces”, autoproclama. Pero cuando se trata de hablar de los suyos, no puede evitar que sus ojos cristalicen. Porque por ellos, Chourraut apagó el móvil tras el oro en Río. Ni periodistas, ni publicistas ni compromiso alguno, en medio de la vorágine mediática, le iban a quitar tiempo con los suyos. Porque por ellos, la guipuzcoana apretó los dientes y tiró para adelante en un ciclo olímpico muy duro para ella: plagado de lesiones, visitas a médicos y hasta piragua y técnicas nuevas. Porque por ellos regresó a casa. En medio de la crisis sanitaria, cuando los vascos comenzábamos la desescalada, la lasartearra abandonó La Seu D'Urgell y decidió volver a Euskadi para completar su preparación de cara a Tokio.
Y, por ellos, por toda esa gente que la espera en casa, Chourraut ganó la plata. Una medalla menos brillante que la de Río, pero igual de luchada. Igual de especial.