Pierre Loti fue el primer europeo que descorrió el velo de la vida oriental y penetró en el laberinto de sus secretos. En el último tercio del siglo XIX recorrió el mundo gracias a su condición de oficial de la Marina francesa acompañado siempre de una libreta donde apuntaba los detalles que llamaban su atención. Fue todo un adelantado de lo que hoy entendemos como “escritor de viajes”. 

Su seudónimo literario le fue otorgado por sus propios compañeros de mar, que conocían bien su carácter melancólico y sensible. En su juventud y a causa de su timidez, le llamaban loti, el nombre de una pequeña flor india semejante a nuestra violeta.

IBA PARA CURA

Louis-Marie-Julien Viaud era su verdadero nombre, nació el 16 de enero de 1850 en el seno de una antigua familia protestante asentada en la villa francesa de Rochefort sur-le-Mer. Allí, en la costa atlántica, frente a la isla de Oleron, apuntó su intención de seguir la carrera sacerdotal y dedicarse a las misiones. No es que tuviera vocación religiosa, pero sentía una fuerte atracción por los países lejanos. Al fracasar su tentativa, se puso a estudiar música y pintura, hasta que las cartas de su hermano mayor, Gustave, médico de la Marina, le animaron a ingresar en la Escuela Naval. 

Sus sueños empezaron a cumplirse cuando, al cumplir los 16 años, embarcó en el buque-escuela Borda iniciando una larguísima carrera de viajero empedernido. Su primer contacto con el Mediterráneo fue inolvidable. “Nunca había contemplado un cielo más puro, ni había visto brillar las estrellas con mayor intensidad”. Así lo dejó plasmado en unos cuadernos en los que escribía con letra menudísima mostrando en cada párrafo sus condiciones de poeta y soñador. 

AVENTURERO

Eterno vigía vocacional, Pierre fue describiendo las características de las playas desconocidas donde desembarcaba, las exóticas costumbres de los pueblos que visitaba, la vida de a bordo... Todo, en fin, era motivo de atención para el joven marino. En 1873 realizó un viaje alrededor de América, marchando después a Senegal y más tarde a Oriente. 

Sin embargo, su fama internacional no se debe a sus correrías por los océanos, sino al importante trabajo literario que realizó. Nada menos que cuarenta volúmenes basados en sus propias experiencias. En 1879, aprovechando una crisis sentimental, escribió su primera novela, Aziyadé. La ambientó en Estambul, ciudad en la que vivió suficiente tiempo como para identificarse plenamente con sus costumbres. Demostró en sus páginas que en la antigua Bizancio se ocultaba un mundo maravilloso, prácticamente desconocido para la cultura occidental. 

Fue entonces cuando descubrió la importancia que tenían los apuntes recogidos en sus viajes a la hora de ambientar situaciones novelescas. Así, Las bodas de Loti situó en Tahití y Madame Chrysanthème, en Japón. Por cierto, que hay autores que opinan que Puccini se basó en esta última novela para hacer su ópera Madame Butterfly

SU VIDA SENTIMENTAL

En 1886 se casó con Jeanne Amélie Blanche con quien tuvo a Samuel Viaud, el único hijo legítimo. Siete años más tarde dio a conocer su novela Matélot y conoció a Crucita Gainza, una joven vasca con quien tuvo tres hijos: el primero, Raymond, conocido siempre como Ramuntcho; el segundo fue Alfonse Lucien y el tercero, Charles Fernand, que no sobrepasó el año de edad.

Pero si el País Vasco fue todo un descubrimiento para Loti, el Oriente le tiraba tanto que aprovechaba cualquier ocasión para participar en expediciones a Oceanía, Japón y China, donde llegó a participar en una operación contra los boxers. El 1898 alcanzó el grado de teniente de navío y ocho años después ascendió a capitán de fragata. 

ASÍ NACIÓ ‘RAMUNTCHO’, TODO UN CLÁSICO

Pierre Loti descubrió el País Vasco en 1891, a los 41 años, cuando fue nombrado comandante del cañonero guardacostas Javelot, con base en el Bidasoa. Para entonces ya había dado la vuelta al mundo y creía que lo había visto todo, pero, para su sorpresa, descubrió nuevas sensaciones. Fue un destino que le mantendría entre nosotros hasta junio de 1893, tiempo suficiente para saciar una curiosidad que siempre surgía en cuanto pisaba suelo desconocido.

La esposa del gran vascólogo Antoine D’Abbadie, a la que conoció al poco de llegar, le sirvió de cicerone en un terreno que conocía muy bien. Gracias a ella, Loti recorrió todos los caminos de la orilla derecha del Bidasoa, visitó viejas iglesias, asistió a pastorales y partidos de pelota… En uno de estos, celebrado en Azkain, le presentaron al pelotari Jean-Pierre Borda, Otharre, a quien comprometió para que le enseñara a practicar el deporte vasco por excelencia, cosa que hizo con gran aprovechamiento del escritor.

En una de las pausas, el pelotari le habló de una de las actividades clandestinas que habitualmente se desarrollaba en la muga pirenaica, el contrabando. Loti puso atención al tema y escuchó la confesión que le hizo Otharre de que él mismo por el día jugaba a la pelota y por la noche comerciaba con mercancías ilegales. De ahí nació el argumento de Ramuntcho, una de las más apreciadas novelas de ambiente vasco de todos los tiempos, la historia de un pelotari y contrabandista, y de su novia, Graciosa, enamorados en contra de la voluntad de la madre de ésta. 

Para el escritor Luis de Castresana, Loti halló en Ramuntxo “una identificación y una sintonía emocional que ponen en todo el libro la tensión del calambrazo, la huella digital de lo auténtico. De ahí ese ennoblecimiento y esa espiritualidad que transmitan por sus páginas y que coloca en ellas algo así como el encuentro del propio escritor con los personajes y el paisaje que describe”.

FASCINACIÓN POR LO VASCO

El País Vasco ejerció una terrible fascinación en el escritor. Se hizo con una casa en el número 2 de la rue des Pêscheurs de Hendaya, que fue su centro de operaciones durante el tiempo que le permitían sus compromisos navales. Llenó los salones de la mansión con objetos curiosos que compraba en sus viajes a lugares exóticos. Les daba ambientaciones coloristas y él mismo se vestía con ropas adecuadas. A veces, se ponía una jellaba y, acomodado en el suelo, se fumaba una shisha o una cachimba. 

Quienes le veían de aquella guisa opinaban que se trataba de una persona muy rara. Claro que eso a él le importaba poco; cumplía con la vigilancia en la frontera y, de paso, se interesaba por el costumbrismo vasco. 

En su libro El País Vasco describe, entre otras cosas, las romerías de Hondarribia y la actividad de su Cofradía de Pescadores de la que dice: “sólo pesca atunes y sardinas y fue fundada en los tiempos lejanos en que las ballenas se dejaban pescar aún en el golfo de Vizcaya”. 

Hace también una descripción de los lobos de mar vascos: “rostros endurecidos, tostados, curtidos, cuidadosamente afeitados como curas. Un poco rapaces, todos, un tanto pícaros, obstinados en venir, a pesar de las leyes, a lanzar sus redes en aguas francesas, hasta en nuestras mismas playas, pero, a pesar de todo, valientes y osados”.

Su admiración por el mundo de la pesca quedó plasmada en Pescador de Islandia, su obra maestra, una novela protagonizada por los pescadores bretones que faenan en los bancos de bacalao de aguas islandesas. Refleja con gran acierto la preocupación de sus madres y esposas esperando el regreso de los fornidos tripulantes en algún promontorio de la costa. 

Las mejores páginas del libro describen la habilidad de dos jóvenes amigos pescando bacalao y luchando contra las intemperancias del mar. Uno no regresa a puerto y el otro morirá en la guerra de China.

El 10 de junio de 1923, Pierre Loti, contando 73 años de edad y mil aventuras marinas sobre sus espaldas, se despidió de la vida mirando por última vez hacia el horizonte de Hendaya. Posiblemente fue el momento más adecuado para repasar su azarosa vida: “Muero tranquilo. He cumplido mi vocación”.