La emoción y la nostalgia se apoderan de Maite Sastre, dueña del emblemático bar Bendaña de la Cuchillería, cuando habla y recuerda lo que ha sido toda su vida detrás de la barra del mítico local que ha repartido felicidad y amabilidad durante muchos años por Vitoria. Y no es para menos, ya que después de dos generaciones, el Bendaña cerrará sus persianas este fin de semana para volver a abrir justo antes de Reyes en las manos de otra dueña.
¿La decisión de dejarlo viene de muy atrás?
–Sí, es una decisión que tomé hace ya mucho tiempo, y es que son muchos años en la hostelería y con este trabajo, al final te acaba doliendo todo.
Ahora que llega el momento de despedirse, ¿Qué se le viene a la cabeza?
–La verdad es que me da mucha pena y es que al final yo he pasado toda mi vida aquí desde que nací. Esto es lo que me gusta, es decir, el trato con la gente, la que es de aquí, del barrio, y es que son todos encantadores y además, me llevo bien con casi todos, o eso creo yo (risas).
Después de tantos madrugones, ¿Qué es lo que se lleva de la gente?
–Sin duda alguna, lo mejor es la propia gente y el trato con ellos, y que conste que ha sido mi hermano el que más ha madrugado durante toda su vida. Al final, es un negocio familiar y mi hermano Marcial ha estado conmigo hasta hace siete años que se jubiló, pero él era quien lo abría a las seis de la mañana. Luego, yo empecé a las siete, justo después de la pandemia. Una época en la que también nos acompañó mi cuñada Rosi Serrano, quien también lo dejó hace dos años. A ambos también les pertenece este Bendaña, es algo familiar.
La imagen del Bendaña está ligada sin duda alguna a esos croquetones del fin de semana.
–Sí, sí, y es que nos lo currábamos mi cuñada, mi hermano y yo, y es que han sido 20 años haciendo el croquetón y tristemente se decidió dejar de hacerlo porque ya no dábamos para más y es que nos pasábamos todos los días haciendo croquetas (risas). Es cierto que son buenos recuerdos, ya que eran unas colas increíbles y es de agradecer que la gente valorase nuestro esfuerzo, pero llegó el momento de decir basta, y por casualidades de la vida fue justo un mes antes de la pandemia. Parece que fue cuestión del destino.
¿Cuál fue el detonante para tomar la decisión de la jubilación?
–Ahora mismo tengo 58 años, el mes que viene 59, pero ya no es cuestión de la edad, sino que es cosa del dolor. Me molesta todo, los brazos de manera horrible, las manos también las tengo mal y además estoy operada de hombros y de pies, y cada vez me salen más cosas. Por lo que te empiezas a plantear a vivir y eso es lo que quiero, vivir. Lógicamente también quiero acordarme de Adriana y Mikeldi que llevan estos dos últimos años y medio conmigo y con quienes he compartido estos últimos esfuerzos.
El Bendaña ya va por su segunda generación, ¿Sus hijos no se plantearon continuar con la tradición familiar?
–No, porque por un lado, yo quiero mucho a mi hija y aunque a ella le encanta la hostelería, también poco a poco se está empezando a quemar y quiero que cambie de trabajo. E insisto en que la hostelería es muy bonita y además quien ejerce de esto es porque le gusta, pero te llega a quemar mucho, y no por la gente, sino por el esfuerzo físico que supone. Y por otro lado, porque mi otro hijo ya tiene su trabajo y no le gusta tanto este mundo.
Después de tantos años en la hostelería, ¿cuáles han sido los cambios que ha ido viendo?
–Yo me acuerdo cuando trabajaba con mis aitas y de aquellas cuadrillas que había que eran impresionantes y que te pedían un metro de vino y yo que era una enana y comentaba pero cuánto es eso. Y ahora no lo recuerdo ya bien, pero igual eran 9 ó 10 potes y es que además medía justo el metro (risas). Además, eran cuadrillas muy alegres que daban un ambiente increíble por cómo cantaban y cómo se lo pasaban, que salían de trabajar y era el vino de la mañana, el café completo al mediodía y por la tarde un par de vinos. Con esto no quiero decir que ahora no haya buenas cuadrillas, pero no son las mismas que antes, pero evidentemente la vida ha cambiado y la economía no es la de antaño y no podemos salir todos los días a tomar unos potes.
¿Cómo cree que ha ido cambiando el Bendaña en estos años?
–Realmente es la gente la que te readapta. Luego, lógicamente la crisis económica todos la notamos, pero la pandemia es la que nos ha unido muchísimo a los hosteleros y ahora más que nunca somos una gran piña y yo les quiero muchísimo.
¿Cómo vivió la sorpresa que le hicieron la semana pasada? ¿Se la esperaba?
–Para nada, no me lo esperaba y salí de la cocina y fue una impresión tremenda. Lo primero que pensé es que quizá había una manifestación y no me había dado cuenta. De repente les empecé a ver la cara a todos y la verdad es que me aguanté las lágrimas, algo que no me pude contener luego en casa cuando vi el vídeo y es que fue algo increíble y estoy muy agradecida.
¿Cómo valora la situación de la hostelería en la actualidad?
–En la sociedad tendemos a generalizar y no es justo. Por mi parte, yo creo que siempre he tratado a mis chicos con respeto y aunque en su momento dado se hayan llevado sus broncas, siempre he dicho que lo pasé en un momento de estrés y nervios se queda ahí. Luego, cuando sales de aquí no hay que guardarse nada.
Ha comentado varias veces de la dureza de la hostelería, ¿es la clave para que hoy en día haya escasez de camareros?
–Creo que es cuestión de hablar las cosas y de dejarlas claras. Algo que quizá no sólo suceda en la hostelería, sino que pasa en cualquier sector laboral.
Este fin de semana es su gran despedida y todo el mundo habla de la fiesta del Bendaña.
–No he preparado nada (risas), simplemente quiero que la gente venga a comer y beber lo que vamos a sacar y en el horario lo que tenga que pasar, pasará. Que conste que también quiero celebrar el 50 aniversario que coincidió con la pandemia y que lo queríamos festejar mi hermano, mi cuñada y yo, pero no pudimos, y lo fuimos dejando y decidimos hacerlo en el 2023 coincidiendo con mi marcha.
Lo mismo bloquean la calle y todo...
–Espero no llegar a tanto (risas), de todas maneras hasta donde llegue la comida y la bebida.
Después de tantos años aquí, ¿Qué hará Maite al día siguiente del cierre?
–Al día siguiente voy a tener que recoger y limpiar (risas), pero ya después es algo a lo que llevo tiempo dando vueltas y me voy a marchar fuera porque necesito desenchufarme e irme unos días me va a revitalizar. Además, de esta manera, igual no le doy muchas vueltas a la cabeza a este cambio en mi vida.
¿En su nueva rutina incluirá alguna visita de vez en cuando al Bendaña?
–Por supuesto, eso es algo que me ha comentado mucha gente, de tomar algo fuera por ahí y lógicamente tendré que venir, está claro.
¿Qué consejos le ha dado a la nueva dueña?
–De Eli, de Elisabeth, solo puedo decir que es una persona increíble y que trabaja muy bien y siempre mete las horas que haga falta y quiere hacer lo mismo que hacemos nosotros ahora. Entonces, si sigue así e introduce lógicamente alguna novedad como algunas raciones o cazuelitas, yo creo que le va a ir bien. Solamente tiene que seguir, yo solo le he comentado que abra la puerta y empiece a trabajar, el resto vendrá solo.
Aunque el Bendaña continúe, no se puede evitar tener la sensación de que con su marcha, un trocito de Vitoria se va…
–El espíritu de mi familia continuará por aquí, de eso estoy segura. El Bendaña, por muchas manos que pase, siempre será de nuestro corazón y es que hemos nacido aquí y esto siempre irá con nosotros. Yo solo espero que continúe esta chica y que no pase por más manos.
¿Cuál ha sido su peor y mejor momento?
–El mejor momento ha sido toda la vida. Yo creo que lo he llevado bastante bien, cuanto más mayor me he hecho, lo he gestionado mucho mejor. Al final, tienes más experiencia y más paciencia. El peor, quizá la pandemia, ya que no habíamos vivido una historia así nunca y fue una novedad que nos dejó aplanados.