A sus 78 años, María Isabel nunca se había pintado las uñas hasta que le hicieron la manicura en el centro de atención diurna Santa María de Olarizu. “Tenía un marido, cuatro hijos y una suegra a los que cuidar”, justifica esta encantadora vallisoletana que puntualiza ser de Valladolid capital. “Tampoco a mi marido le gustaba que me pintase mucho, si acaso me daba un poco de pintalabios”, añade. ¿Celoso? “Nooo, no por celos, pero no le gustaba demasiado maquillada; a mí tampoco me gusta, la verdad; ir limpia, sí”, confiesa.

Sin embargo, probó, no le disgustó y ha decidido repetir. “Un color clarito para no llamar mucho la atención; el rojo no me gusta”, indica a Felicitas, mientras la mujer escoge un bote de rosa clarito. “El otro día le dije a mis hijos que me iba a pintar las uñas y me dijeron que hiciera lo que quisiera”, cuenta tras tomar asiento para dejarse mimar en la amplia sala reconvertido en improvisado centro de peluquería y estética.

Al igual que María Isabel, una treintena de personas mayores se pone en manos de una quincena de alumnos y alumnas del curso de Peluquería y Estética para que les laven, peinen, tiñan y corten el pelo; depilen; hidraten y masajeen las manos antes de iniciar la manicura. Forman parte de un programa puesto en marcha por el departamento de Políticas Sociales del Ayuntamiento de Vitoria que dirige el concejal Jon Armentia para mejorar la estancia de los mayores.

No es el único objetivo. Al mismo tiempo, desde el equipo de Inclusión sociolaboral ofrecen cursos y actividades grupales para que personas con problemas de inclusión social, muchas de ellas migradas, adquieran destrezas en oficios que les ayuden a encontrar trabajo; mientras tanto, ponen en práctica sus habilidades en centros municipales como éste de Olarizu.

Manicura en el centro de día de Olarizu Jorge Muñoz

Así, se relacionan personas de diferentes generaciones, orígenes, ideas y confesiones, que se acompañan, sonríen y cuentan sus ricas biografías y anécdotas vividas. Al final, ambas partes ganan en este enriquecedor cruce de caminos. “Aquí, nadie viene de uñas sino para mejorarlas; el resultado no tiene precio”, valora el equipo que atiende el servicio.

“Saber que hoy, por ejemplo, tienen sesión de estética, les mantiene a la expectativa, ya que rompen su rutina diaria, pero también rompen barreras al pasar un rato en compañía de personas más jóvenes, de otros países en muchos casos, algo totalmente nuevo para muchos de estos mayores que en su vida se han relacionado con población extranjera y, de paso, por qué no, se ven guapos y guapas, sienten que alguien les presta atención y les habla de tú a tú”, destaca Vanesa, trabajadora social del centro.

Vallisoletana y peruana

Mientras le liman las uñas, María Isabel narra a Felicitas que se vino a Vitoria ya de casada y con dos hijos, su marido empezó a trabajar en la fábrica Arregui y ella cuidaba de la familia en la vivienda de la calle Santo Domingo. “Hasta que mis hijos me dijeron que no podía estar sola y me vine a los apartamentos; estoy muy a gusto; además, vienen a merendar conmigo, salimos a dar un paseo...; no tengo queja de mis hijos”, asegura.

Vallisoletana y peruana conversan y se cuenta anécdotas, vivencias y recuerdos de una vida pasada que a Felicitas le evocan a su país natal. Su nombre significa felicidad, pero su recorrido vital no ha sido ni mucho menos un camino de rosas. Malita de los ojos, aterrizó hace tres años en Vitoria de la mano de su hermano con la idea de recibir atención médica. “Me dijo que aquí los médicos son mejores y es cierto; me diagnosticaron unos tumores en los ojos, pero me dijeron que no tenía que preocuparme porque me los iban a quitar; en mi país, en cambio, aseguraban que era un cáncer maligno y que no podían hacer nada”, rememora. “Al principio lo pasé muy mal, todos los días salía de casa y me iba a llorar al parque del Norte”.

Ya de niña, a Felicitas le gustaba el oficio de peluquería y estética, pero “éramos una familia muy pobre y mis padres no pudieron darme estudios”. Ya de adulta, abrió una peluquería, que luego no fue bien y cerró, pero cuando surgió la oportunidad de apuntarse al curso, no lo dudó. La intervención de los ojos en el hospital Santiago ha ido bien, no tanto la relación con su hermano, razón por la que se fue nueve meses a un albergue hasta recalar en el piso de Domingo Beltrán en el que ahora reside. “Me crié con mis abuelos, así que con mi hermano tampoco he tenido una relación demasiado estrecha; además, tiene mucho genio y grita por todo, hasta porque no sabía abrir y cerrar las ventanas porque aquí las cerraduras son muy distintas”.

En los cursos “no sólo aprenden tareas que les van a proporcionar autonomía y autoestima, también reciben acompañamiento psicosocial; les ofrecemos un espacio para que hablen y se desahoguen, para que saquen todo lo que llevan dentro, los problemas que les crea estar en situación irregular, en otro país, sin trabajo... toda esa incertidumbre de no saber qué va a pasar con sus vidas, y lo agradecen; se abren y cuentan sus preocupaciones, incluso se acercan y me solicitan: Amaia, quiero estar un rato contigo”, indica la psicóloga.

Madera de boj

En otro extremo de la sala, Víctor acaba de levantarse de la silla que ahora ocupa Teodoro que, con 91 años y tres hijos ya jubilados, se deja hidratar y masajear las manos. Cuenta que a primera hora de la mañana ha estado haciendo una cuchara con madera de boj porque este jubilado de la Mercedes, fábrica en la que trabajó después de dejar el campo y las vacas en la localidad burgalesa de Villazopeque, presume de haberse elaborado todos los utensilios que usa. Es su afición.

Manicura en el centro de día de Olarizu Jorge Muñoz

Mientras le liman las uñas, intercambia pareceres con Karin sobre cómo utilizar las herramientas. El joven se estrena como voluntario. “Nuestra religión musulmana nos pide que ayudemos a la gente que lo necesita”, dice. Por eso, ha decidido dedicar parte de su tiempo a las personas mayores, horas que le ayudan a mejorar su nivel de castellano; una inmersión lingüística que comenzó hace seis años cuando llegó a Gasteiz desde Casablanca. Vive “preocupado” porque no encuentra trabajo, reside en una vivienda compartida y sin allegados en la ciudad. “Está difícil encontrar trabajo” –interviene Teodoro– “ya lo dijo un ministro alemán hace años, que si todo lo hacían las máquinas en las fábricas, dónde se iba a colocar la gente”. Pese a los obstáculos, Karin no pierde la esperanza, sigue formándose y haciendo cursos con la idea de encontrar un empleo, una suerte que ya ha tenido su compañero de piso argelino al que acaban de contratar para tareas de limpieza en un hotel a las afueras de la ciudad. “Vitoria me gusta; me recuerda a Meknes, una ciudad cerca de Fez, también llana, entre montañas y nueva”, compara.

A sus 103 años, Nicolasa también se ha animado con la manicura. Mientras avanza con su andador, Fabiana pinta de un discreto blanquecino las uñas de Blanca, de 71 años; al lado, María Pilar, de 88, espera su turno. Blanca vive con su hija y se acerca todos los días al centro de día en autobús. “Me suelo hacer yo la manicura, pero ya que he venido...”, aprovecha.

María Pilar es de Kuartango y reside en los apartamentos de mayores de la parte de arriba del inmueble. Cuenta haber trabajado mucho en el campo; “no como aquí, que no hago nada”, dice. Presume de tener dos hijas peluqueras que a menudo le arreglan el cabello; aun así, hoy se ha decidido a cambiar el color de uñas porque “el rosa que llevo me parece un poco fuerte”, enseña al observar sus manos.

“También puedo pintarles una uña de cada color, que está de moda”, se ofrece Fabiana, pero ambas niegan con la cabeza. “Lo que ellas quieran”, señala educadamente la joven, visto que no les va tanta modernidad. Llegada de Brasil con 30 años y un hijo de 6, Guillermo, que “unos días quiere ser ingeniero y otros médico” –sonríe Fabiana– trabajaba como dependienta en una tienda de un centro comercial, pero decidió venir a Vitoria porque quería una oportunidad de vida, mayor seguridad y salud para ella y para su pequeño Guillermo. Pese a todas las dificultades y obstáculos, confiesa que “sí, ha sido mejor la vida desde que he venido”, pero “necesito un trabajo y está muy complicado porque sin papeles nadie contrata”. Espera que este curso de Peluquería y Estética le ayude a encontrar su sitio en la sociedad, mientras progresa con el idioma y se amolda a las costumbres gasteiztarras y a sus “serias y cerradas” gentes; el frío ya lo ha superado, pese a que recién llegada “lo pasé muy mal”, confiesa.