Con el paso de los años la manera de vivir las fiestas ha ido cambiando. En mi caso, se han tornado más familiares, especialmente el día 5 de agosto, aunque hay tiempo para todos.

Cuando faltó el abuelo empezamos a acompañar a la abuela al Rosario de la Aurora y desde este momento el día se desarrolla siempre de la misma manera: nos ponemos el traje de fiestas y nos encaminamos por una ciudad casi en pause hacia la Plaza de la Virgen Blanca. Allí esperamos a que entre la Virgen a la plaza acompañada por los txistus y escuchamos la celebración de la Misa. Al llegar la hora de la Comunión, recordamos cómo la abuela nos guiñaba el ojo, con lo que todos sabíamos que había que ir a buscar sitio para desayunar lo que mas le gustaba: un chocolate con churros

La abuela falta ya desde hace unos cuantos años aunque nosotros nos aferramos en mantener la tradición: seguimos haciendo el mismo gesto, en el mismo momento y desayunando lo mismo; y mientras cargamos pilas, vemos a los blusas y neskas llegar a su cita con la cuadrilla, todos limpios y con muchas ganas de empezar el día acompañados, por supuesto, de la charanga que nos anima de buena manera el desayuno.

La mañana continúa con una vuelta por las calles de la ciudad donde es un lujo poder disfrutar de tanta Música y tanta gente en sus rincones. Evidentemente no puede faltar la visita a la Virgen Blanca y ver la ofrenda de flores que realizan las diferentes cuadrillas, para posteriormente ir pensando en retirarnos a preparar la comida familiar.

Unos van y otros vienen y a la tarde es el turno de las sobrinas. Disfrutamos ofreciéndoles los caprichos que los tíos conceden a los sobrinos y gozamos como niños de la fiesta junto a ellas, para posteriormente hacerlo con los amigos de potes y fiesta por los diferentes rincones de la ciudad.

Este año festejaremos las fiestas mediante el recuerdo y la ilusión de que el próximo año las podamos volver a disfrutar como siempre.